miércoles, 30 de enero de 2019

Sono Radio, aparta de mí este cover



Por Luis R. Carrera

Para nadie es un secreto que la producción musical se hunde cada día más en una eterna decadencia y la desarrollada en el Perú no podía ser la excepción. Lo comercial ha desplazado todo aspecto artístico y son los encargados de distribuir lo hecho en los estudios quienes deciden qué se difunde y qué no (Una suerte de Neoliberalismo en Fa sostenido). Esto no es una queja ni un lamento por las atrocidades del sistema que nos rige, pues es el contexto en el que nos manejamos y que lamentablemente nadie ha hecho algo realmente efectivo para contrarrestar sus efectos. Es solo una apreciación sobre cómo nuestro aporte artístico se ve afectado en estos tiempos.

A lo largo de los años, el Perú ha desarrollado una serie de condiciones para brillar con luz propia en lo que a música se refiere. Desde aquellos pobladores de Caral que tuvieron la idea de fabricar y soplar unas flautas de hueso hasta los cuartetos urbanos que improvisan rimas desde el último cambio de década, esta tierra bendita ha sido un espacio de producción y creatividad constante en muchos ámbitos de la vida, entre ellos la música, aspecto en el que me voy a enfocar.




Principalmente en el siglo pasado, artistas nacionales recibieron la influencia de lo creado en otras tierras. Estos ritmos foráneos eran asimilados por distintos músicos peruanos que inmediatamente ponían de lo suyo para darle a los acordes aprehendidos una identidad propia. Ocurrió con las distintas sonoras influenciadas por la Matancera cubana, con los rockeros de garaje que le dieron nuevas esencias a lo traído de Occidente, con los grupos setenteros que pusieron el toque nacional a la cumbia colombiana, lo mismo que con las agrupaciones salseras que consumieron lo elaborado en Puerto Rico y Nueva York. Todos ellos tomaron como ejemplo lo de afuera y le darían un estilo propio que, por más que se oyeran arreglos que obviamente no eran de aquí, el público identificaba el toque blanquirrojo en cada arpegio ejecutado.




La salsa, como ya se ha mencionado, no estuvo exenta de esta asimilación artística. De ahí que un Alfredito Linares, un Aníbal López, un Melcochita, una Sociedad de Barranco y hasta un Camagüey nos hicieran pasar buenos momento apreciando soneos y descargas que aparte del vacilón respectivo, nos daban la oportunidad de sentirnos identificados con temas que tomábamos como nuestros, actitud que nos dejaba un carácter emancipatorio como el que tuvieron los hijos de migrantes boricuas que dieron forma a la salsa en las calles de New York.



Para desgracia de todos, este panorama tan reconfortante y alentador se ha ido desvaneciendo durante la presente década. Como se dijo al inicio, el sistema que nos rige en estos días se mantiene gracias a individuos que poco o nada les importa mantener una identidad o representatividad de la población en general. La venta y ganancia a los mayores niveles posibles son los únicos objetivos que el libre mercado ha impuesto y el mundo de la música ha tomado la directiva de la mejor manera. Para no ir tan lejos: esta dinámica comercial ha aniquilado la capacidad creadora de Shakira y Carlos Vives y en el caso de la salsa, este ritmo está cada día más unido al reguetón, género que se ha prestado con facilidad a la proliferación de limitantes creativas, que hoy imperan cómodamente en el espectro musical.

No es malo pensar en una estrategia de venta o dirigirse a un público en particular tras un estudio de mercado previo, pero si esto implica anular por completo la creatividad del artista, la situación pasa a ser un problema. Es el caso de la salsa en el Perú, pues en los últimos años de la década en curso, hemos notado que los representantes de este género en el país han dejado de hacer algo nuevo para sus seguidores. Los salseros nacionales de estos tiempos únicamente se han limitado en repetir un tema conocido tal cual fue escrito en su momento, reduciendo el toque peruano a un par de guapeos sacados de la salsa cubana que ayuden a identificar al cantante de turno.



Para comprobar lo mencionado, basta con encender una radio y sintonizar emisoras como Panamericana o Radiomar para tener toda una variedad de ejemplos que sustenten el reciente problema, ejemplos que se traducen en cantantes y orquestas. Vemos cómo un grupo que se hace llamar La resistencia salsera del Callao, tras un indescifrable nombre, no se cansa de grabar homenajes a más no poder, posponiendo cada día más un estreno propio. Notamos también a una Yahaira Plascencia, pintoresca muchacha que haga lo que haga, jamás será una digna representante del Rimac. Desde Huacho llega César Vega, talentoso sonero que desperdicia su talento en covers, del mismo modo en que lo hace la Resistencia salsera. 



Pero quien destaca por sobre los demás en esta dinámica es el afamado Josimar, quien con su Yambú cargado de Copyright se ha dedicado todo este tiempo a buscar distintos métodos de versionar salsas, cumbias, baladas y bachatas sin importarle que un considerable sector de la audiencia esta cerca de considerarlo el César Acuña de la salsa. Muy por el contrario, ha decidido denominar como “Salsa perucha” a toda esta retahíla de éxitos ajenos, algo que ha motivado a todos los salseros involucrados a considerar como propios los temas versionados que presentan en “La Casa de la salsa” o algún otro espacio en donde los contraten.



Esta situación me preocupó al ver que desde el 2015 en adelante la dinámica se agravaba pues hasta ese año consideraba a Bareto como los únicos exponentes del cover constante en la música peruana. Grande fue mi sorpresa al notar que, para estos días, la producción musical peruana ha impulsado el cover más allá de la salsa o la fusión. La cumbia, nuestro último bastión de originalidad para público a gran escala, ha sucumbido ante esta costumbre de producir covers al menor descuido. Si bien se siguen creando canciones en este género, no podemos pasar por alto los homenajes de Corazón Serrano o cualquier orquesta manejada por un Yaipén a la cumbia de antaño, cosa que en un primer momento no está mal, pues por último, todo artista en algún momento ha utilizado este recurso pero, de todos modos se corre el riesgo de caer en la misma inercia por la que atraviesa nuestra salsa e incluso el rock en algunos pasajes, pues si esta práctica se mantuviese también en este ritmo, muchos fanáticos podrían llegar a creer que “Viento” o “Eres mentirosa” fueron escritas hace un par de años.



Pero no todo es culpa de los intérpretes, claro está, pues ellos no tienen la última palabra al momento de publicitar lo grabado. Aquí es que entran a tallar los empresarios musicales quienes, completa y gustosamente adoctrinados por el Mercado, solo ven con buenos ojos aquello que les pueda generar la mayor ganancia posible, y qué mejor elemento para ello que la recreación de temas exitosos de hace 30 años. Estos inescrupulosos seres junto con los dueños de discotecas y establecimientos semejantes han extirpado de sus respectivas consciencias todo rastro de valoración por el ingenio y creatividad artística para dar paso a lo seguro y beneficioso para sus bolsillos. 



Este círculo vicioso se cierra con la complicidad de las radios de Frecuencia Modulada que solo se limitan a difundir lo que vende sin tener reparo en ver si habría alguna manera de romper con esta cadena. Son estas algunas de las razones por las cuales no se promociona a ninguna agrupación salsera con repertorio propio desde el N’Samble del 2011 y muy por el contrario, no se presta atención a un Sabor y Control que no se cansa de dar muestras de creatividad constante o se excluye a un Ray Callao que sería valorado en cualquier otro mercado o estudio. De igual modo ocurre con la cumbia, donde solo se permite el contenido nuevo si es que las canciones tratan sobre relaciones triviales u hombres “pisados” y sobre todo, si estas canciones son interpretadas por cantantes vinculados a la farándula local. Porque sí, la televisión peruana también cumple un rol en este aniquilamiento masivo de creatividad.


Por todo lo dicho, no queda más que iniciar una búsqueda por cuenta propia de propuestas que realmente aporten al desarrollo de la música en el país, pues hoy más que nunca necesitamos recuperar la esencia de una identidad propia en todos los aspectos. Solo así podremos tener la seguridad que el arte local podrá prevalecer como lo hizo en otros tiempos y de esa manera dejaremos de creer que lo que se tiene que imponer en este aspecto son los conciertos de Josimar cantando éxitos popularizados antes que el Fujishock. Y de paso, quedará esperar que al menos se siga cumpliendo con los pagos por los derechoss de autor y luego de ello, confiar en que en algún momento se decidirá por dar paso a las nuevas composiciones para alegría del público y sobre todo, de los propios encargados de la difusión artística pues ya no habría tanto gasto innecesario por los derchos mencionados. Solo así se podrá creer que es posible volver a los tiempos gloriosos de MAG o Sono Radio y así, recuperar aunque sea un cachito de fe en la humanidad.




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