domingo, 30 de octubre de 2016

La color no nos permite


Por Luis R. Carrera

A lo largo de nuestro paso por estas tierras, los descendientes de africanos hemos, y seguimos siendo, mal vistos ante los ojos de lo “correcto”. Desde los bailes de nuestros primeros ancestros en el país hasta nuestros logros más allá de lo culinario, lo deportivo entre otras cosas que “nos sale bien” la censura nos ha perseguido cual Ketín Vidal al ‘Cachetón’ a inicios de los 90 (con el mismo resultado positivo para el captor lamentablemente) y la situación amenaza con seguir al menos hasta que Perú llegue a zona de repechaje para Qatar.
Cuando los esclavos traídos del Golfo de Guinea y zonas aledañas pisaron suelo peruano, vieron cómo su vida pasaba a depender de aquellos que decían ser superiores mientras le echaban la culpa de los temblores a los “idólatras”. Fueron agrupados de forma aleatoria pasando por alto la diversidad cultural que ya existía en África (mucho más amplia que la de  España colonial por supuesto)  pues claro, cómo se podría saber de dónde es cada negro si todos son iguales” (¿Les es familiar esta frase?). Su música, sus costumbres y sus respectivas cosmovisiones fueron suprimidas de sus vidas bajo castigo, lo que obligó a muchos de ellos a fugar a las afueras de  Lima a forjar una resistencia desde el cimarronaje y posteriormente como bandoleros. Es decir, la opresión sufrida en el centro del Virreinato los obligó a rehuir al sistema cometiendo actos vandálicos que no tenían planeado hacer ni les salía por naturaleza sino que la situación tan complicada para ellos no les dejó otra alternativa a muchos de ellos que tomar ese camino. En los años siguientes  y ya con un Perú independiente (al menos así decían) la situación no cambió mucho respecto al proceso anterior y gran parte de los descendientes de aquellos esclavos siguieron por ese camino. He aquí el origen de uno los más populares estereotipos que se nos ha adjudicado a lo largo del tiempo y la razón de que por más de que hayamos tenido entre nuestras filas a héroes de guerra, deportistas reconocidos, músicos renombrados, jefes de guerrilla, congresistas, médicos y hasta un diplomático, te sigues agarrando los bolsillos cuando te vas a cruzar con uno de nosotros en el cruce de Argentina con Dueñas.
Pero más allá de los prejuicios ya conocidos hacia nosotros los “zambos malató” un problema más grave por el que pasamos es ese proceso de invisibilización del cual ya di unas luces en los párrafos anteriores pero que profundizaré con ejemplos concretos en la historia del Perú: A nadie le ha interesado la resistencia de Francisco Congo, José Manuel Valdés tuvo que esperar una “Dispensa de color” para poder cumplir su sueño de ser médico, Cayetano Quirós tuvo que ir personalmente a buscar a San Martín para integrar su ejército libertador ante la negativa de los otros generales, nadie reconoció el sacrificio de Catalina Buendía entre en recuento de héroes de la Guerra del Pacífico, el Grumete Medina fue mecido con homenajes durante el Oncenio de Leguía pero siguió, y murió, pobre luego de los mismos, han tenido que pasar 50 años para que nos dignemos en recordar la proeza de Guillermo Lobatón Milla bajo el mando de Luchito De La Puente y si María Elena hubiese muerto en los 40 estaría también integrando esta lista de afroperuanos olvidados por los libros de Santillana y Navarrete, los mismos que siguen dibujando blancos a Bolívar, Ricardo Palma y Micaela Bastidas. Gracias a Changó y a Kalunga que tuvimos a un Pancho Fierro  y a un Nicomedes, por ejemplo, cuyas obras han servido para preservar esa parte de nuestra historia que a los pudientes, y no tan pudientes, no les gusta reconocer pues cómo habíamos sido capaces de todo esto cuando “solo pensamos hasta las 12” (¿Les es familiar esta frase? x 2).
Para suerte nuestra y por el bien de nuestra negritud (Césaire, tú sigues vivo para nosotros), hemos tenido investigadores pertenecientes a la población negra peruana (diría “afroperuana” pero no hay que arrancar de nuestro acervo un término que pasó de ser usado como una ofensa a emplearse para revalorizar nuestros orígenes con mayor ímpetu en otros tiempos) entre los que podemos mencionar al gran Nicomedes, ya nombrado en otras líneas, Doña Victoria, “Cheche” Campos y José Carlos Luciano, quien en plenos años 90 denunció sin problema alguno la aculturación por la pasaban negros y andinos frente a la tragicómica costumbre de blanquear la publicidad para hacerla más pasable ante una sociedad peruana que se rendía ante la cultura blanca del otro hemisferio y se reía de los chistes de negros vertidos en “Trampolín” y “Risas y Salsa” (“gracias” Genaro). Y es justamente por obra de los medios de comunicación que los peruanos pudimos dar rienda suelta a todo el racismo que llevamos en nuestro interior, como buenos resentidos sociales que somos, sin necesidad de entrar en compromiso por alguna afirmación mal intencionada.
Desde mucho antes que aparezca la televisión en nuestras vidas, esta parte del mundo ya venía sufriendo una avalancha de blancura por parte los países pudientes que nos enviaban a través de anuncios publicitarios costumbres y personajes que nada tenían que ver con nuestra realidad sudaca pero que por medio de la repetitiva influencia visual, se terminaban asumiendo como propios. Esto no hizo otra cosa que revivir esos gloriosos, para algunos, años en los que al indio se le encerraba en el Cercado y al negro en Malambo para que no incomoden a la gente “de bien”. Ahora ya no había un espacio en donde encerrarlos para no malograr el paisaje pero sí una forma en que ellos quieran ser como aquel blanquiñoso que desde un cartel nos invitaba a usar jeans o tomar Coca Cola. Con la televisión la situación empeoró para nosotros, aunque mejoró para la gran industria,  y por tal motivo nos hemos visto invadidos por una secuencia interminable de comerciales donde el blanco asume el rol protagónico y al resto no le queda otra que hacerle la comparsa (¿Sí o no PromPerú? ¿Sí o no Saga?) o lo que es peor, asumir roles basados en los estereotipos que al parecer nos perseguirán hasta el retorno de Inkarri. Es justo en esta parte donde el negro vuelve a entrar en acción para interpretar sus roles estelares de choro, empleado, pelotero (en el mejor de los casos) o limpiabaños. “¿Qué quieres el protagónico? No fíjate que estamos buscando alguien con rasgos más…tú me entiendes… familiarizados con las cámaras pero no te preocupes que puedes ser el portero del edificio si quieres. (¿Les es familiar esta frase? x 3).
Nos encontramos en los últimos meses del 2016 y cuando creía que tanto plantón, cajoneada masiva y marchas al respecto estaban por fin haciendo efecto en el sentir de la audiencia, veo con desagrado, más no con sorpresa, que en la próxima entrega de la políticamente correcta Tondero (curioso nombre para una productora a la cual la idea de nación les resbala por el bajo vientre) mostrará la vida y obra de un deportista afroperuano que de por sí ya está alienado (culturalmente hablando) para que ahora le sumen a su afamado (aunque nunca proclamado) proceso de blanqueamiento la participación de una actriz que nada tiene que ver con la herencia afro en el país para que interprete a una mujer negra, teniendo la posibilidad de hacer castings para recrear la historia tal cual ha sido o recurrir a los actores afroperuanos posen tanta capacidad como los solicitados por las productoras bóers. No es sorprendente esta actitud pero esperaba un poco más de una productora que si bien está contribuyendo a la ampliación de la producción cinematográfica sigue la misma lógica goebbeliana de Michelle Alexander y Procter & Gamble ene sus producciones. Al enterarme de esta práctica cuasi pierolista no hago sino darme cuenta que no es suficiente con flashmobs o protestas esporádicas y lamentablemente las campañas contra el racismo se quedan en la plaza en donde se realizó o en la puerta del estadio para luego seguir haciendo ruidos de mono a futbolistas herederos de la tradición, luba, yoruba, malinke, ewé, chokwe y demás.
Hagamos un esfuerzo y revisemos la historia del país más allá de los textos escolares para comprobar que nuestra vida colonial y republicana tuvo algo más que virreyes, sacerdotes, generales y presidentes afines a los grupos de poder ya que en caso nuestro, muchos afroperuanos participaron de distintos acontecimientos del desarrollo del país y han sido marginados por no coincidir con la historia que otros quieren contar. Podemos reírnos de nosotros mismo pero eso no quiere decir que aceptemos la idea de seguir a aquellos que a través de los medios critican a “Cachay” por vulgar pero festejan las lisuras de “Cachín” o desde anuncios como el de la modelo occidentalizada nos dice  que le fascina Ripley mientras tapa al único niño negro del comercial. De nosotros mismos depende que la situación cambie para bien nuestro y de las generaciones venideras pues de no enmendar el rumbo seguiremos siendo marginados por la historia oficial y condenados a interpretar a delincuentes y choferes de Brescias o Miró Quesadas por toda la eternidad. Podemos hallar los mecanismos para frenar el statu quo étnico que nos quiere seguir marcando para brindar un respiro a la comunidad afroperuana que tanto lo necesita pues tarde o temprano, algún avance habrá sido posible de alzanzar.  El espíritu de Santiago Villanueva nos lo agradecerá.