jueves, 14 de mayo de 2020

Un duelo de caballeros

 


Por Luis R. Carrera

El Rimac, otrora barrio de Abajo el Puente, el primer asentamiento de la ciudad fuera del Centro Histórico tras la fundación colonial de Lima, es sin duda alguna un espacio tradicional por excelencia de la capital peruana. Diversos personajes y acontecimientos claves en la historia peruana se han tenido participación en este humilde reducto localizado en la margen derecha del Río Hablador, tanto en épocas prehispánicas, coloniales, como republicanas. Cuna del criollismo, la arquitectura virreinal, la negritud peruana y la lucha obrera, el amado barrio bajopontino nunca dejará de ser un referente del devenir capitalino pese a su complicado presente plagado de incertidumbre, irregularidades y autoridades que malversan bonos y donaciones. Las historias que el otrora Arrabal de San Lázaro nunca perderán el grado de epicidad adquirido con el paso del tiempo, por lo que lo que aquí se va a narrar entra perfectamente en este universo de relatos de antología.

Malambo, epicentro de la fulería


Menciono líneas arriba el carácter criollo, virreinal y afroperuano que da forma al distrito del Rimac y son justamente estos componentes los que moldean el relato que aquí se va a desarrollar, el mismo que tuvo su origen en un espacio del territorio bajopontino determinante en muchos episodios de su historia: Malambo. El espacio que en el siglo XVI fuera un depósito de esclavos adornado con muchos ejemplares de un árbol medicinal que dio nombre al sitio, fue cobrando considerable importancia con el paso del tiempo pese a su condición de zona marginal en la 3 veces coronada villa pues al ser cobijo de esclavos en tiempos coloniales, se consolidó como un bastión de identidad negra en donde se forjaron desde expresiones artísticas que marcarían la pauta del folklore limeño hasta las bases de la lucha obrera a inicios del siglo XX, pasando por relatos fantasiosos que narran la estadía de legendarios bandoleros en sus callejones y un fundamental aporte al fútbol peruano en sus albores pues aquí nacieron el Sport Inca y el Sport Progreso, clubes obreros que pasaron a la historia del deporte nacional al consagrarse en los tiempos del Escudo Dewar. Son todos estos elementos lo que convirtieron al barrio de Malambo en un área determinante en la historia de la capital, aunque nunca dejó de ser un lugar excluido del desarrollo de la ciudad a pesar de hallarse a escasos metro del Centro Histórico, pues sus orígenes marginales marcaron para siempre a este rincón de Abajo el Puente. Por tal motivo, la pobreza, la propagación de enfermedades como la tifoidea (en especial en los niños) y la delincuencia fueron males que estuvieron presentes al momento del desarrollo de la historia que da vida a este relato, ocurrida en la década de 1910.

Dificultades abajo el puente


La delincuencia era una constante en territorio rimense, tal y como lo es ahora. Como todo territorio con áreas consideradas marginales, el descuido por parte de las autoridades permite a quienes optan por actuar al margen de la ley operar con toda tranquilidad y gobernar calles y barrios sin necesidad de haber sido nombrado. Esta situación se daba en toda la periferia al Centro de Lima y muchos de los espacios tomados por delincuentes de aquella época aún siguen siendo zonas de alta peligrosidad en nuestros días. Y el barrio bajopontino, con sus callejones y sus áreas excluidas del progreso del Centro Histórico, se convertía en el lugar perfecto para desenvolverse fuera de la supervisión policial o municipal, siendo los impulsores de este viraje en el accionar aquellos que se hallaban excluidos de los patrones de ciudadanía que dictaba la norma por esos tiempos, aquellos que no habían tenido acceso a una educación de calidad o separados de cualquier trabajo formal por el lugar el que viven o su color de piel, vetos sociales que poco a poco los fue direccionando en su búsqueda de alguna forma de subsistir. De este grupo de marginados hubo quienes buscaron ganarse la vida como artesanos, ambulantes, dueños de pulperías o como obreros en las fábricas textiles del barrio; pero hubo otros que optaron por tomar de alguna forma aquello que consideraban que les pertenecía sin necesidad de vender producto alguno o pasar su vida en una fábrica, pasando a formar parte del peligroso mundo del hampa. De esta manera, fue el propio abandono de dirigentes o funcionarios lo que por esos años llevó a muchos habitantes de barrios populosos a actuar en contra de lo establecido, por necesidad en algunos casos y en otros, por “vocación”.

Esta forma de actuar no era algo reciente. Durante el virreinato, los cimarrones (esclavos fugitivos) se vieron en la necesidad de levantar aldeas clandestinas a las afueras de la Ciudad de los Reyes y asaltar a todo hispano o criollo que vean por su refugio, pues de no hacerlo, serían descubiertos y llevados de vuelta a la ciudad que los consideraba menos que animales y los excluía de toda forma de progreso (motivaciones similares las que se tienen en ambos casos). Con los años, esos cimarrones pasaron a ser bandoleros a caballo y para el comienzo del siglo XX ya eran integrantes de pandillas comandadas por un líder al que llamaban “faite” (vocablo producto de una mala pronunciación del término inglés fighter) que comandaba al grupo, dominaba un determinado barrio y llegaba a ganarse el respeto los vecinos, por ir en contra de aquellos que lo tenían todo. Era la población negra de Lima la que por lo general lideraba este barullo, la misma población que siglos atrás fue cimarrona y posteriormente bandolera, lo que es una clara evidencia de que a pesar de que la esclavitud fue abolida en 1854, el siglo XX iniciaba con el mismo nivel de racismo y exclusión que en el tiempo en que se usaba la carimba. De igual forma se les unía población andina y mestiza que también se veía con imposiciones limitantes para progresar. En respuesta, tanto los pudientes del otro lado del río Rimac como los hacendados de Muñoz, Palomares o Piedra Liza, amenazados por la presencia de estos “faites” y sus aliados, señalaban a estos individuos como “gente de los bajos fondos” mientras las autoridades seguían sin hacer algo por cambiar realmente esta situación. Malambo, por supuesto, era el escenario por excelencia de esta dinámica.

Los bravos del barrio


De todo este conglomerado marginal, quedaron en el recuerdo las figuras de 2 de estos llamados “faites” que en el año 1915 protagonizaron un hecho particular en la Lima aislada. La historia tiene inicio en el barrio de Malambo (sí, otra vez Malambo), en donde alcanzaron fama 2 personajes de antaño. Por un lado tenemos a Emilio Willman, mulato bajopontino conocido como “Carita de cielo”, apodo que se ganó durante su niñez en Malambo que el propio Willman cambió a "Carita” cuando creció. En Malambo tenía fama de ser un tipo elegante, de buen verso y aptitudes para el baile, aunque también era un delincuente que buscaba hacerse de un nombre en el mundo del hampa. Por otro lado, estaba Cipriano Moreno, negro también de Malambo conocido con el sobrenombre de “Tirifilo”, afamado delincuente de inicios de siglo XX que era respetado y al mismo tiempo temido por la gente de este barrio. Se trataba de un hampón que, si bien era de los más rankeados en la Lima marginal, era también soplón de la Guardia Civil, lo que lo volvió en un personaje odiado por otros hampones de ese entonces. Contaba además con el apoyo de la guardia de seguridad del primer gobierno de Augusto B. Leguía, quienes le permitían ejercer un rol de verdugo y torturador porque la autoridad no podrá poner freno al avance de la delincuencia, pero sí es capaz de tranzar con los cabecillas. Fue así como “Tirifilo” pudo deshacerse de muchos contrincantes que pudieron significarle una seria competencia en el mundo delincuencial.

“Tirifilo” sabía de la existencia de “Carita” y sus pretenciones de ser “faite” y lo despreciaba por considerarlo alguien inferior a él, al punto de referirse a “Carita” como un “esmirriado don nadie” de quien no esperaba nada. Cada quien seguía delinquiendo por su cuenta hasta que un día se inició el conflicto. “Carita” empezó pretender a Teresa, alias “La Pantera”, famosa meretriz de Abajo El Puente que tenía un vínculo muy fuerte con Cipriano, quien al saber del asedio de Willman y que Teresa lo estaba prefiriendo a este, se valió de sus contactos en la Policía para meter preso al contendor. Al poco tiempo, “Carita” fue liberado y al descubrir la causa de su encierro fue directamente contra “Tirifilo”, a quien retó a duelo. Testigos de aquel momento vieron con asombro el atrevimiento del aspirante a “faite” pero de todos modos vaticinaron un triunfo seguro del experimentado hampón.


El duelo fue una práctica de épocas antiguas con la que se buscaba reparar el honor mancillado y era una costumbre exclusiva de caballeros o miembros de la élite. Por esta razón es que el enfrentamiento entre “Carita” y “Tirifilo” se trató de un lance fuera de serie, al ser la primera vez que individuos integrantes de los estratos bajos de la sociedad limeña iban a llevar a cabo un enfrentamiento de tamaña categoría. Fue así como el 2 de mayo de 1915, en la margen derecha del río Rimac sobre una zona que  conocida como Tajamar, muy cerca de Malambo en la que años después se erigiría el Barrio Obrero N° 2 (ubicado en el actual cruce del Jr. Virú con el Puente Santa Rosa), ambos contrincantes se batieron a duelo, con puñales como el arma escogida. No hubo padrinos como se solía hacer, pero sí muchos curiosos e hinchas improvisados. Durante la pelea, se notó en todo momento la sobradez de “Tirifilo”, experto en el manejo del arma blanca, quien llegó a marcar el rostro de “Carita”. Este se repuso y siguió la pelea hasta que, en un momento, esquivó un nuevo ataque del “faite”, quien por la fuerza con la que se lanzó tropezó y cayó sobre las piedras, hecho aprovechado por el retador para fulminar al experimentado de una puñalada certera. “Tirifilo” había caído a manos de quien siempre menospreció en una épica batalla que tuvo al añejo río como testigo de un nuevo hecho que quedaría para la historia.


Legado para la posteridad

Fue tan divulgado este duelo entre marginales que personajes célebres de nuestra historia cubrieron las incidencias del hecho. José Carlos Mariátegui (en el mismo año 1915) y luego Ciro Alegría (en 1953), instituciones de las letras en el Perú que dedicaron parte de su trabajo a la difusión y reivindicación de este acontecimiento, llegando el gran José Carlos a entrevistar al triunfador del duelo mientras era atendido en un hospital para luego publicar el relato en la célebre revista Variedades. “Carita” sería apresado al recuperarse, pero ya para ese entonces su gesta se había convertido en leyenda, la misma que fue inmortalizada en el cuento “Duelo de caballeros” de Alegría, estrenado en 1953, en donde nos narra la historia del reto de "Carita" hacia Tirifilo por una ofensa de este hacia su madre, inmortalizando de esta manera una bronca de “faites” malambinos en la literatura peruana.


Pero no solo en  libros y revistas fue plasmada esta pelea. La música criolla, símbolo de la cultura capitalina, también puso de su parte en la transición de ambos personajes de "faites" a leyendas, protagonistas de una contienda que según lo que marcaban las pautas de la estratificación limeña de aquel entonces, debía quedar en el olvido. Así, la composición de valses como “Sangre criolla” y “La muerte de Tirifilo” nos harán recordar por siempre aquel suceso centenario, más centenario que la creación política del distrito en el que los duelistas se formaron. Y si alguna duda aún existía en nuestros tiempos sobre el recuerdo de la épica batalla, en el año 2014 el director Luis Sandoval levantó la obra teatral “Duelo en Malambo”, puesta en escena ideada por el gran Rafael Santa Cruz quien lamentablemente no pudo apreciar el resultado final de su proyecto, pero todos le reconocemos el haber tenido la iniciativa de trasladar aquel hecho de antaño a los nuevos tiempos. Y qué mejor forma de homenajear al Rafael que llevando su obra al Festival de Artes Escénicas de Lima como se hizo en aquel 2014, al mismo tiempo que fue escenificada en la Plazuela de Presa en el Rimac para deleite del público que hoy reside en lo que alguna vez fuera el mítico Malambo, hoy convertido en la Av. Francisco Pizarro. Nuevamente el barrio bajopontino sumaba un acontecimiento de antología en la historia de la ciudad.



Referencias



viernes, 1 de mayo de 2020

Cuando la lucha bajó el puente: El Rimac y el movimiento obrero en los albores del siglo XX



Por Luis R. Carrera

El distrito del Rimac ha cumplido 100 años algunos meses atrás. Por tal motivo, es necesario repasar la historia de este sector de la ciudad por haber sido en michos pasajes de la historia limeña un espacio de trascendencia para la 3 veces coronada. Y siendo hoy el Día del trabajador, qué mejor manera de difundir la historia rimense que destacando el tiempo en que la lucha obrera anduvo en su apogeo (los albores del siglo XX para mayor precisión), tiempo en el que el Barrio de Abajo el Puente fue privilegiado escenario de aquel episodio clave de la historia del país.

Contexto

Los primeros años del siglo XX estuvieron marcados por la presencia de una población multiétnica que compartía espacios en común y desempeñaba diversos oficios alrededor de la, por ese entonces, poca extensión de la ciudad, en el caso de Lima. Fuera de ella teníamos haciendas instaladas en varios departamentos del país (azucareras en la costa norte, algodoneras al sur de Lima y agrícolas por el ande y sur del Perú, además de las provincias próximas a la capital) dedicadas a la agroexportación que se valían del trabajo de campesinos a quienes se les había inculcado que el ser explotados y humillados por sus patrones era lo más normal de este mundo. Junto a las haciendas, la extracción minera y la construcción de vías eran otros mecanismos de explotación que parecían no tener arreglo. Mientras tanto, la selva era invadida por codiciosos empresarios que sin importarle lo importante que era la región ni quiénes vivían ahí, dañaban distintas especies de árboles para obtener el preciado caucho, nuestra nueva oportunidad de enriquecer al país, aunque quienes realmente intervenían en la extracción eran los pueblos amazónicos sometidos a una nueva modalidad de esclavitud en beneficio de unos pocos. Todo este panorama se hallaba bajo el mando de una oligarquía que, con el fin de generar riqueza y estabilidad, pasaba por alto el abuso en haciendas, minas, construcción de vías y bosques amazónicos para no generar problemas a la extracción. Este mismo grupo de poder venía al mismo tiempo entregándose en cuerpo y alma al capital inglés y reforzando estereotipos raciales que eran reproducidos por los sectores populares. La República Aristocrática se hacía dueña de nuestro imaginario.


Dentro de este contexto tan alentador, la elaboración de productos a gran escala venía imponiéndose alrededor del país por sobre otras formas de trabajo, siendo Lima un espacio en que avanzó de forma acelerada. Este sistema venía desarrollándose desde las últimas décadas del siglo XIX y sería nuestro querido Rimac (que al iniciar el siglo XX aún se le conocía como el Arrabal de San Lázaro) uno de los lugares escogidos para contribuir al avance de esta nueva forma de trabajo.

Avances abajo el puente


Al inicio de los años 1900, la producción en serie ya estaba instaurada en el espacio urbano, sobre todo en Lima, algo que se evidenciaba con la instalación de complejos industriales denominados fábricas, en las que el proceso de producción se llevaba a cabo. Este sistema se diseminó por varios rubros productivos, pero uno hubo que se destacó sobre todos los demás: la industria textil, ya que sería de este sector en el que el trabajador de la fábrica experimentaría cambios significativos. Hasta que tal cambio se dé, el Arrabal de San Lázaro, que ya estaba a pocos años de cambiar su denominación al de Rimac, se había vuelto un espacio clave para la gran producción de tejidos desde el siglo anterior al haberse instalado en su territorio fábricas como Santa Catalina (en 1889), y El Inca (1903). Pero, antes de que surjan estas plantas, hubo una que en 1848 fue instalada cerca de la Alameda de los Descalzos para la producción de algodón, la primera instalada Abajo el Puente, la cual cerró en 1852. Décadas más tarde, esta fue adquirida por la empresa W. R. Grace & Company y trasladada en 1890, con apoyo del gobierno de Andrés Avelino Cáceres, al valle de Ate, donde se convertiría en la Fábrica de Tejidos Vitarte, la fábrica textil más grande del país en ese momento. Cabe mencionar que la empresa impulsora de esta gestión era propiedad de William Russel Grace, hermano de Michael P. Grace, quien firmara a finales del siglo XIX el célebre Contrato Grace con el gobierno del "Brujo de los Andes", contrato que dictaba que nuestros ferrocarriles y vías ferroviarias eran prácticamente regalados al capital británico. Cosas que se le ocurren a un país en crisis por una guerra perdida.


Volviendo al Rimac, las fábricas instaladas requerían operarios que les den funcionamiento. Los dueños de las fábricas habían empezado un reclutamiento de personal y para ello recurrieron a la población que habitaba el área en el que operaban sus propiedades. El histórico barrio de Malambo, aquel rincón capitalino que en el Virreinato fungiera de cárcel de esclavos africanos cuya descendencia terminase habitando el sitio ya siendo libres, se convertía en el principal foco de atención por parte de la burguesía recién llegada pues fábricas como El Inca se hallaban en las cercanías al afamado barrio. Esto conllevó a que su población sea la primera en ser reclutada para trabajar en las instalaciones de ambas compañías. De esta manera, la población mestiza, andina y mayoritariamente afroperuana del Malambo de la primera década el siglo XX se convierten en los primeros representantes de la clase obrera bajopontina.

Desde que las fábricas comenzaron a acelerar el proceso productivo y desplazaran a los talleres de artesanos, se desenvolvieron vínculos tanto a nivel de jefes con obreros, así como entre los propios obreros. Los vínculos entre operarios estuvieron marcados por la cohesión, producto de lazos familiares o por pertenecer todos a un mismo espacio y compartir una historia en común. Esta forma de vínculo fue una característica de los obreros del rubro textil, los que reprodujeron esta postura más que los obreros de otros sectores al ser todos de un mismo barrio y tener el centro de trabajo en su área, siendo esta costumbre una constante entre los trabajadores de Vitarte, Malambo y La Victoria, los 3 focos de desarrollo textil en la Lima de hace un siglo.

La otra relación existente fue la que se dio entre obreros y los dueños de las fábricas. En este caso, primó un paternalismo por parte del dueño hacia sus trabajadores que denotaba preocupación por ellos y fomentaba el ingreso del operario y su familia a la fábrica, además de una serie de detalles con los trabajadores que daban una imagen de aparente estabilidad laboral para que el obrero no sea consciente del excesivo horario de trabajo, el pago a destajo y las míseras condiciones en las que había que laborar. Tal paternalismo llegó a incursionar en el ámbito deportivo, lo que llevó a que en las fábricas El Inca y El Progreso (esta última activa desde 1901 y que reclutaba malambinos en sus filas, pese a no estar ubicada en el barrio) se funden equipos de fútbol obreros bajo el auspicio de los dueños de cada planta, lo que condujo a la creación de los clubes Sport Inca (en 1908) y Sport Progreso (en 1912). Ambos equipos sirvieron para el esparcimiento de los obreros de las fábricas mencionadas a modo de premio por su fidelidad a la empresa, aunque posteriormente ambas escuadras forjarían su propio devenir en el deporte peruano.

Afortunadamente, a finales del siglo XIX se pusieron de manifiesto los primeros intentos de organización entre trabajadores los cuales fueron alentados por seguidores del anarquismo, tendencia política que empezaba a ejercer influencia por estos lares, que activaban en el sector industrial impartiendo entre los obreros las ideas de Manuel Gonzales Prada, las cuales dieron paso a la concientización de la mayor parte de trabajadores respecto a su situación, lo que condujo a las primeras acciones en busca de mejoras salariales y condiciones de trabajo dignas.

Antecedentes de la agitación rimense

Algunos hechos a tomar en cuenta fueron la huelga textil de 1896 a cargo de los trabajadores de la Fábrica de Tejidos de Vitarte, la cual reclamaba mejoras salariales. Otro hecho de importancia fue la huelga de tipógrafos de 1896, también por reclamos salariales. Y ya en el siglo XX se recuerda la huelga de trabajadores del puerto del Callao en 1904, en la que los trabajadores pedían mejoras salariales y el reclamo por las 8 horas laborables, jornada que tuvo como consecuencia el asesinato de Florencio Aliaga, primer mártir del movimiento obrero peruano. Al año siguiente, la Federación de Obreros Panaderos “Estrella del Perú” organizaba la primera celebración del Día del trabajador (1 de mayo de 1905) con participación de Gonzales Prada. En 1906, los obreros de la fábrica textil de Vitarte se van nuevamente a la huelga, esta vez apoyados por la Federación de Obreros Panaderos, aunque no sería sino hasta 1911 que los trabajadores actuaron como una clase obrera organizada y llevan a cabo el primer paro general, convocado por los obreros de Lima en solidaridad con los obreros textiles de Vitarte, reprimidos sin misericordia por el primer gobierno de Augusto B. Leguía (1908 - 1912). 

La lucha es el camino


El barrio de Abajo el Puente, al concentrar varias de las más importantes fábricas del país en ese momento, no podía quedar al margen de este despertar ideológico y combativo de la clase obrera, más aún cuando la lucha ya no solo involucraba al rubro textil, sino a todos los trabajadores de la industria en general. La primera acción concreta de lucha obrera proveniente de lo que aún se conocía como San Lázaro se dio en 1912, a través de una huelga impulsada por obreros de la Fábrica Textil Santa Catalina y un año después llegaría el turno de los trabajadores de la Fábrica Textil El Inca Cotton Inc. (nombre que recibió la fábrica textil El Inca tras ser adquirida por la W. R. Grace & Company) en 2 ocasiones durante el año 1913. Los obreros de El Progreso, por su parte, protestaron en 1914 al interior de su fábrica porque se establezca un pago igualitario entre hombres y mujeres. Ese mismo año, realizaron actos de solidaridad con obreros de otras fábricas en huelga. En todos estos casos, los reclamos también fueron por mejoras salariales y una jornada laboral de 8 horas.

Por estos años, la lucha obrera ya no solo era un asunto capitalino, sino nacional. Así lo demostró la huelga de 1912 en las haciendas del valle de Chicama, la huelga de petroleros de Talara de 1913 o el paro general de metalúrgicos, textiles, tipógrafos, panaderos, zapateros y jornaleros realizado en el Callao también en 1913, movimientos que pusieron en jaque a todo el sector patronal por lo que las fuerzas del presidente Guillermo Billinghurst (el mismo que 1 año antes recibió el apoyo de los sectores populares de Abajo el Puente en el célebre "Manifiesto de la Alameda") tuvieron que reprimir principalmente la huelga del Callao y al no conseguirlo, el presidente del “Pan grande” declaró a Lima en estado de sitio hasta que finalmente tuvo que instaurar la jornada de 8 horas para los trabajadores del Callao, un primer gran avance para la clase trabajadora. Billinghurst, al darse cuenta de que el movimiento obrero era más fuerte que lo que su gobierno creía y que sus promesas populistas no acallarían las protestas, decidió actuar en serio y luego de declarar las 8 horas en el Muelle y Dársena del Callao, dirigió sus reformas a uno de los principales espacios de concentración obrera en la capital: El barrio de Abajo el Puente. El gobierno pasaba de ser un régimen que solo se quedaba en palabras mientras reprimía protestas a ser un régimen que auspiciaba funciones cinematográficas (aprovechando que el cine había llegado al país en estos años de huelgas y paros generales), conferencias científicas y teatro popular en barrios marginales, entre ellos Malambo.


Así, el Rimac volvía a ser parte del devenir histórico de Lima y del país al tener la presencia del Presidente de la República en diversas actividades, razón por la cual Guillermo Billinghurst ha sido considerado el primer político en hacer trabajo por los barrios populares, aunque claro, tuvo que estar la clase explotadora en peligro de caer y Lima en estado de sitio para que su mirada se dirija a los sectores excluidos. Y tanto se enfocó en esta tierra bendita que adquirió terrenos en el histórico Malambo para edificar el primer barrio obrero de la zona, proyecto que se vio truncado al ser Billinghurst derrocado en 1914. La salida de Don Guillermo del poder significó un retroceso en estas mejoras que se venían dando en favor de la clase obrera pues con el general Óscar R. Benavides volvieron las represiones, como ocurrió en las huelgas en Vitarte en 1915 y en Huacho, Sayán, Supe y Pativilca de 1916 que acabaron con la matanza de trabajadores. Estos nuevos episodios de represión indiscriminada condujeron a la formación de la Unión de Tejedores 9 de enero en 1916 con presencia de trabajadores de Vitarte, El Inca, Santa Catalina y El Progreso. La organización debía ser retomada y el Barrio de Abajo el Puente tenía las puertas abiertas para ello.

La Fábrica de Tejidos El Inca, ubicada en Malambo, era una de las más importantes para los obreros que buscaban organizarse pues aquí venían trabajadores de distintas fábricas a coordinar con los operarios malambinos diversas acciones huelguistas. Por tal motivo, fue esta parte de Lima el lugar escogido en diciembre del 1918 para retomar la lucha por las 8 horas, esta vez con carácter nacional. Ocurrió entonces que en uno de los callejones de esta zona de Abajo El Puente se formó el Comité Vitarte – Inca con sus respectivas comisiones y directivas para todas las organizaciones obreras que se sumaran a la jornada, la cual tuvo como preludio una huelga textil iniciada por la fábrica El Inca en ese mismo mes de diciembre. 


Esta huelga pudo ser mantenida hasta el mes siguiente y para el 12 de enero de 1919 ya era un paro nacional que involucró distintos sectores de la industria nacional (entre los cuales podemos mencionar a los comités de lucha de las fábricas textiles de La Victoria, La Unión, San Jacinto o los obreros panaderos encargados de las ollas comunes para la población en pie de lucha, por citar algunos ejemplos). Fue así como luego de semanas de manifestaciones y concentraciones obreras resistiendo represiones por parte de las fuerzas del orden del presidente Pardo y Barreda, fue finalmente decretada la conquista de las 8 horas de trabajo para todos los obreros el 15 de enero de 1919, derecho reconocido por el mandatario en cuestión y ratificado por el Ministerio de Fomento. Aquí es donde queda definitivamente reconocida la importancia del Rimac en este hecho clave en nuestra historia contemporánea, por haber sido el lugar en donde se forjó el movimiento reivindicativo más importante para la clase obrera peruana.


Y como no hay movimiento ideológico sin una base teórica, no podemos dejar de lado las publicaciones en defensa de la clase obrera, las cuales eran de corte anarquista, la corriente de pensamiento que guiaba las jornadas combativas. De ahí que partiera la iniciativa de crear diarios como
Los Parias (en el que escribía el propio Gonzales Prada) o La Protesta, fundado por el célebre líder sindicalista Delfín Lévano. El territorio rimense sería nuevamente protagonista, ahora en la difusión de textos para la organización y lucha sindical, puesto que los anarquistas impulsaron la creación de la Biblioteca Obrera en 1920, ubicada en el actual jirón Trujillo, y la Imprenta Proletaria en 1921, ubicada en Malambo. Aquí se editaban periódicos obreros como El Tawantinsuyo, El Proletario, Idea Libre, La Protesta o El Boletín de Huacho. Malambo se había convertido en centro organizativo y cultural del movimiento obrero anarco-sindicalista y se perfilaba a trascender por completo en este ámbito, hasta que el régimen de Augusto B. Leguía (ya en el Oncenio) clausuró ambos centros de difusión en el año 1922, clausura que no cedió pese a las movilizaciones de protesta.



Palabras finales

Los años siguieron pasando, el barrio de Abajo el Puente pasaría a tener oficialmente el nombre de Rimac, Malambo se convertiría en la Av. Francisco Pizarro y las represiones continuarían a lo largo del Oncenio de Leguía y los regímenes que le sucedieron, aunque las tensiones se fueron disipando a raíz de que durante el periodo de Óscar R. Benavides se ordenara la construcción de barrios obreros en la capital y se establezca el Seguro Social Obligatorio para los obreros. Posteriormente, ya en la década de 1940, la W. R. Grace & Company concentraría a la mayor parte de la clase obrera de la ciudad al posesionarse de las textilerías de Vitarte, El Inca y La Victoria, las cuales al ser fusionadas dieron paso a la empresa textil Compañías Unidas Vitarte Victoria Inca S. A. (CUVISA) que tendría como centro de operaciones lo que en otros tiempos fuera la Fábrica de Tejidos El Inca (o Fábrica Textil El Inca Cotton Inc.) tomando sus instalaciones, la mismas que hoy son un terreno baldío y amurallado ubicado entre la cuadra 9 de la mencionada Av. Pizarro y el colegio Ricardo Bentín. 

Pero más allá de todos estos cambios, queda demostrado que la participación del barrio de Abajo el Puente en la lucha obrera ha sido más que importante en los albores del siglo XX, con lo cual se termina de comprobar la trascendencia de este sector de la capital para esta etapa de conquistas laborales, las cuales evocan tiempos  en que el pueblo bajopontino, pese a la marginación de toda la vida, supo también de luchas y victorias.




Bibliografía