Por Luis R. Carrera
A pesar de que no fuimos compañeros desde el inicio de nuestros estudios ni hemos podido compartir experiencias tan vastas como las que viviste con quienes siguieron izando las banderas de lucha, puedo decir que fuiste una de las mejores personas que conocí en la querida y a la vez odiada Facultad de Ciencias Sociales, y no digo esto por congraciarme con quienes te siguen homenajeando hasta estas horas. Realmente estoy contento de haber compartido espacios y temas de conversación contigo las veces que se pudo en los ambientes de la facultad.
No puedo darme el lujo de decir que sostuve
una amistad de años contigo ni que fuimos un solo puño en las horas combativas
puesto que tu súbita aparición en momentos cruciales de protestas y
reivindicaciones estudiantiles coincidió con el inicio de mi relajo, pero lo
que sí puedo decir es que tuve la oportunidad de aprender más de lo que tenía
pensado cada vez que nos tocó intercambiar opiniones, en el ámbito
político o el que tocara debatir. La vena artística que sin proponértelo sacabas a relucir,
entremezclado con el carácter bohemio que siempre te caracterizó, me sirvió para
ver las cosas desde un lado menos pragmático que ya había adoptado para ese
entonces y aunque en ocasiones tu elegancia para expresar y difundir algún
saber en particular contrastaba con la brutalidad disfrazada de inmediatez
que muchas veces ostentaba, pudimos entablar buenas conversas el tiempo que nos
tocó departir.
Es que en esos años me permitiste
aprender que había otro estilo de decir las cosas con la misma crudeza con la
que solía responder normalmente, aunque de cuando en cuando mi
estilo era el que se imponía en el contexto, pues muchas veces la situación
así lo ameritaba. Fue esa mezcla de estilos la que hizo que nos cayéramos
en gracia y por ende entré a tu círculo social, encabezado por tu yunta de
mil batallas, zambo igual que yo y casi con los mismos ideales que tú. Mi amistad con ambos me volvió un testigo
privilegiado de lo buena que fue esta dupla, únicamente superada por las de Meléndez
con Chumpitaz y Saldarriaga con Maquilón.
Si hay algo por lo que también
destacaste, aparte de lo artístico, fue por esa consecuencia de la que muy
pocos pueden hacer alarde por estos días. Desde aquella toma del Decanato
cuando intentabas ser geógrafo, o incluso de antes, hasta las constantes
marchas por las ocurrencias del Rectorado y el Ejecutivo, siempre estuviste ahí
para apoyar al compañero que lo necesitaba y para alzar tu voz de protesta
cuando la muchachada empezaba a flaquear. Esa lucha que emprendías no solo se limitaba al mero activismo, acto que se convirtió en un mal que afectó a la muchachada combativa, sino que la traspasaste al plano analítico, siempre consciente del contexto real, por lo que tu pensamiento en ningún momento se alejó de nuestra realidad. Nunca desviaste tu visión política
pese a que tu entorno siempre fue propenso a ceder ante la posmodernidad por lo que, tomando en cuenta que son contados los individuos que han puesto tan férrea
resistencia para mantener sus ideales, de más está decir que esto es algo digno
de aplaudirse.
Por lo general siempre fuiste tú el que
hacía que aprenda algo nuevo, pero aquella noche de junio del 2014 los papeles
se invirtieron. En esa oportunidad tuvimos quizá la conversación más larga que
hayamos sostenido en los 3 años que nos tratamos. Lo que empezó con un simple
comentario respecto a un acontecimiento limeño ya olvidado para estos días
terminó con toda una clase modelo sobre la Lima contemporánea que tu inquietud
me permitió exponerte en la cafetería de Sociales. Fue luego de todas las
anécdotas e historias contadas que me propusiste plasmar todo lo narrado en
crónicas y artículos para el futuro e incluso indagar in situ acerca de este
mundo aparentemente desconocido por ti como era la tradición capitalina y sus
variables positivas y negativas. El ciclo terminó y en los siguientes meses ya
no coincidíamos tanto como antes pero la idea de plasmar al menos una parte de
las historias que te narré seguía latente mas no veía cómo por aquel momento.
Fue así como casi al finalizar el 16 de mayo
del 2015, 7 meses después de la última vez que hablamos, recibo con estupor la
noticia de que ya no estabas más en este mundo. Un sorpresivo y letal cáncer fue
acabando con tu vida el último medio año de tu existencia, enfermedad que te
mantuvo recluido en tus dominios de Ferreñafe hasta la fecha ya mencionada en
la que enrumbaste hacia otros destinos para tristeza de familiares y amigos
que a un año de tu partida te siguen teniendo presente, algo que dice mucho de lo
valioso que fuiste en vida y lo importante que llegaste a ser para muchas personas y
agrupaciones. Para mí este hecho fue tan chocante como lo fue para tus
camaradas y al indagar más sobre ti me volví a encontrar con Las Confesiones de Cyrano,
aquel espacio en el cual diste rienda suelta a tu creatividad hasta tus últimos
días. Este redescubrimiento me llevó a la reflexión de lo importante
que es dejar algún registro, sin importar cuán pequeño sea, de nuestro paso por este
mundo y fue en ese momento que recordé nuestra conversación de aquel invierno
del 2014 y de cómo pensábamos en llevar al papel lo expuesto. Y qué mejor manera de
hacerlo que abriendo una tribuna personal que luego se iría compartiendo con
los contactos más cercanos. Fue gracias a tu insistencia por materializar mis
historias que me decidí a crear el blog a través del cual el día de hoy te
dedico estas líneas, que aunque breves, son muy merecidas para alguien a quien la vida no le dio tiempo de difundir y
explotar todo el talento e intelecto que traía consigo.
Alexis Baila Manay, el Stuart Sutcliffe
del movimiento estudiantil, es alguien que hay que recordar en todo momento
pues este meteoro de vida frágil nos enseñó que no hay impedimento para seguir
firmes con nuestras ideas ni para frenar la incipiente creatividad que aflore
en nuestro interior. Es por ello que seguiré desde este espacio concretando mis
instantes de inspiración como un homenaje a tu persona, pues esta tribuna nació
de esa prolongada charla que nunca olvidaré y de tu idea de escribir todo lo
que se expuso aquella vez. Y esto, desde donde estés, tenlo por seguro. Hasta
siempre compare'.