martes, 10 de noviembre de 2015

El valiente de Jirón Huanta



Por Luis R. Carrera

Aún con algunos dolores por las balas en su columna, sale nuevamente por La Cachina y alrededores a vender lo más que pueda de su caja de golosinas, elemento que más que su medio de trabajo se ha convertido en un aliado estos últimos años. El contacto con la gente y el acrecentar de vez en cuando sus ventas le ayudan a levantar el ánimo en estos tiempos difíciles, lo que le ayuda a tomar con menos resignación el saber que no puede levantarse de esa silla de ruedas en la cual se halla desde aquella matanza que si bien no le quitó la vida, se la cambió por completo aquella noche.
Ese hombre que ahora se apresura en vender sus galletas y caramelos y por mucho tiempo clamó justicia es nada menos que Tomás Livias Ortega, sobreviviente de aquella pollada en Barrios Altos que significó la muerte de inocentes que pagaron las consecuencias de un supuesto error de ubicación por parte de paramilitares que respondían por aquel entonces a un gobierno que aunque estando en ciernes, ya daba visos de lo que podía ser capaz desde la interna. Fue sin duda Tomás uno de los más afectados de tal barbarie pues no solo quedó paraplégico de por vida sino que además perdió a su esposa, quien fue una de las víctimas que padecieron por obra y gracia de un plan elaborado en rincones más recónditos del fenecido (esperemos que para siempre) SIN para combatir el terrorismo sin confirmar su afiliación a Sendero Luminoso ni mucho menos considerar el entorno porque claro, si uno era “terruco” todos los que lo rodeaban debían serlo. Curiosa lógica la de Martin Rivas y compañía.



Desde aquel fatídico 3 de noviembre de 1991 la vida no fue la misma para Livias. Postrado en una silla de ruedas al no podérsele extirpar las balas que impactaron su columna, tuvo que hallar por cuenta propia un medio alternativo para subsistir al ya no poder ejercer como heladero. A ellos se suma la indignación en la que se sumió junto con los otros sobrevivientes al saber que el crimen quedaría impune pese a las denuncias e investigaciones que ya se habían abierto para esclarecer la masacre. No se contaba con que en los años siguientes al autogolpe de 1992, lo poco que se había investigado se juntaría como un pendiente, y nada más que eso, al lado de los expedientes de La Cantuta, Ernesto Castillo Páez, los sobrantes de las denuncias por El Frontón que el APRA olvidó eliminar y un par de hojas del caso del “Monstruo de Armendáriz”. Casi nada.
El buen Tomás, pese a todo, intentó sobreponerse a los dolores que le causaban la falta de medicinas, la pobreza a la antaño lo complicaba y a la que ahora parecía condenado y salía a las calles a vender, cambiando por razones de fuerza mayor, su viejo carrito amarillo, el mismo que lo acompañó por 13 años, por una silla que terminó por convertirse en una de las pocas pertenencias que podía poseer. Por desgracia, el poco aliento que recobraba en cada venta se desvanecía cada vez que acudía a un tribunal a denunciar los hechos, pues la Ley de Amnistía terminaba por diluir toda esperanza de justicia por parte de los deudos y afectados de la matanza, entre los que destacaba la figura del buen Tomás, amparando a los culpables del delito. Fue así que desde su silla terminó por tomar la resignación como parte de su vida cotidiana. La soga se rompe por lo más delgado, sentencia un refrán del tiempo.



Con todos estos problemas, trató de seguir con su vida vendiendo sus golosinas para así conseguir al menos una parte de las medicinas que necesitaba. Ya bastante tenía con el dolor de no poder hacer justicia para que además tenga que soportar el dolor que le ocasionaban las balas en su interior. Paralelamente, se veía obligado a prepararse no solo con argumentos, sino también emocionalmente cada vez que tenía que volver a los tribunales, ya que una vez instalado en la sala, había que hacer frente a las humillaciones que la defensa de los criminales le hacía por lo bajo debido su minusvalía y a las amenazas por parte de este sector para que no siga declarando, cosa que no lo atemorizaba pero que acrecentaba su malestar hacia la dictadura fujimorista. Estas dos actividades, el vender su producto y el defenderse de la bajeza de los abanderados de la impunidad, se convirtieron por más de una década en la rutina que lo sumió en constantes depresiones, las que aparecían de improvisto en su vida en cada evocación suya de sus amigos y su esposa, asesinados en aquella fatídica reunión en Jirón Huanta.



El paso del tiempo fue trayendo noticias reconfortantes tras años de sufrimiento y con ellas pudo ver una luz de esperanza tras años de ardua lucha. A partir de las investigaciones de la CVR, diversos organismos nacionales e internacionales decidieron hacerse cargo del inconcluso caso y fue así como se volvió a tener en cuenta que un grupo de deudos llevaban mucho tiempo anhelando justicia. La detención y posterior apresamiento de Alberto Fujimori terminó por facilitar las cosas, para beneficio del mencionado y el resto de involucrados. Fue así que en abril del 2009, APRODEH salió en su defensa en los tribunales y pese a los manotazos de ahogado de César Nakasaki, se pudo hacer justicia tras casi 18 años de espera. Se dictó la histórica sentencia y Alberto Fujimori fue condenado a 25 años por los crímenes de La Cantuta, Barrios Altos y los Sótanos del Servicio de Inteligencia. Aquel día Tomás sonrió como no lo hacía desde que se divertía con sus colegas en la pollada momentos antes del abrupto ingreso de “Colina”.




Aún con algunos dolores por las balas en su columna, mucho menores que los sufridos en el pasado gracias al apoyo de la Cruz Roja Internacional, Tomás Livias sale a las calles a vender la mercancía de siempre con un semblante distinto al de hace una década. Es consciente de que esa silla de ruedas será su fiel aliada hasta el final de sus días pero eso ya no le afecta como antes. Hoy se respira un clima distinto, libre de humillaciones y amenazas para él pues Martin Rivas completa hoy la triada de condenados por los crímenes ya mencionados (Montesinos no debe pasar desapercibido en este recuento), además de otros tantos implicados, lo que le da algo más de paz a la vida del ex heladero quien si bien no ha logrado salir de la precaria situación en la que ha vivido todo este tiempo, puede continuar con su derrotero teniendo la certeza que aquellos que perjudicaron su vida y la de muchos otros, se encuentran donde deben estar.  




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sábado, 31 de octubre de 2015

Pintando la resistencia



Por Luis R. Carrera

Han pasado 4 años desde que me trajeron de esas costas de Panamá y 6 desde que me sacaron de mi lugar de origen. Todavía está grabado en mi memoria el momento en que esos hombres armados nos sacaron a la fuerza de las majestuosas tierras Ndongo, donde combatíamos duramente bajo el mando de nuestra reina Nzinga, para obligarnos a trabajar a su servicio. Muchos de mi pueblo y de otros tantos murieron dentro de esos barcos en los que nos tenían apresados y los que sobrevivimos resistimos todo lo que pudimos pero fue su armamento el que terminó decidiendo nuestra suerte. Aún hoy quedan algunos con vida, condenados a servir a aquellos que se dicen superiores sin comprender aún la razón de tan horrendo castigo. yo aún no lo comprendo pese a que pasé tanto tiempo en esa condición hasta que pude obtener la libertad, aunque a costa de mi salud. Nunca pensé que una enfermedad resultara tan beneficiosa como lo fue el día que me dejaron a mi suerte por esa bendita fiebre amarilla. Me llaman Benito pero en realidad soy Pedro, nombre que me dieron antes de llegar aquí. Mi verdadero nombre lo guardaré para mí y los míos pues sería un esfuerzo vano el querer que los demás apenas lo puedan mencionar sin rastro alguno de sorna o malicia.
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Mientras trato de construir mi porvenir en esta Ciudad de los Reyes, me queda al menos la dicha de poder estar con los míos en Pachacamilla. Hace unos meses que levantamos una cofradía en estos terrenos por encontrarse alejada del tumulto de la Plaza y de las injurias de los blancos. Gracias al apoyo de esclavos y libertos tenemos ahora espacio que por más humilde que les pueda parecer a los criollos y demás, nos permite expresar la alegría que en sus casas nos está prohibido sentir pues sus ínfulas no la aceptan y tratan de envalentonarse con amenazas pero sé que en el fondo de su alma, vernos altivos y llenos de vigor es el mayor de sus miedos. Para suerte nuestra casi no los vemos por las calles aledañas a la cofradía, excepto cuando algún sacerdote viene a supervisar lo que estamos haciendo.  En este lugar estamos reunidos congos, mandingas, mbundus como yo, mozambiques y hasta terranovos, como los llaman por aquí, quienes entre todos olvidamos nuestras diferencias y tratamos de conocernos mutuamente para tratar de ser una sola fuerza en esta tierra aún extraña para muchos de quienes habitan este espacio. Pese a ser grande la variedad de pueblo que confluyen en la cofradía, los blancos insisten en afirmar que somos lo mismo y que además carecemos de alma. ¿Es que acaso es tan difícil distinguir un congo de un mandinga? No eran tan superiores y desarrollados como creen, después de todo.

El problema de no estar tan alejados como quisiéramos de la ciudad es que en ocasiones tenemos que soportar la injerencia de quienes son ajenos a nuestra cofradía. Muchas veces han venido párrocos que nos hacen ir a la misa a adorar a su Dios. Aunque he notado que en el momento del culto vienen personas que dicen ser notables y traen a a sus esclavos, teniendo estos un momento de descanso de las agotadoras jornadas que sus amos les imponen. No dejan que nos acerquemos a ellos en ese momento pero podemos conocerlos y hacerles saber que tienen un lugar a dónde venir en su momento de descanso; por lo que a pesar de que quisiera dejar de venir a estos encuentros con el Dios de los blancos, se podrían estrechar vínculos con los esclavos que no conocen nuestro reducto o no lo sé, tal vez es solo una de las tantas ideas que cruzan por mi mente en momentos como este. El párroco dice que podemos ir en paz; es hora, al fin, de volver a Pachacamilla.

Tiene que haber alguna manera de sumar fuerzas bajo ese culto al Dios de los cristianos sin necesidad de alejarnos de aquí por ir a la iglesia pues mientras más unidos estemos en el galpón, mayor será la resistencia que se pueda hacer. Trato de dejar un tiempo días para elegir alguna estrategia pero cada vez que retumban los tambores que alguno de nosotros se aventura a tocar en nuestras reuniones, algo en mi interior me llama a no decaer y continuar pensando en ello; lo he comentado con los miembros más antiguos y recibí su aprobación por ser un posible camino para unificarnos, además de que afirman sentir lo mismo que yo al escuchar nuestra música. No queda duda que esos tambores tienen un poder que solo los negros podemos percibir.
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Desde hace unos días ha nacido en mí el impulso de representar al Dios cristiano en nuestro propio galpón y al tratar de hallar la manera idónea de hacerlo conseguir algo de la pintura con la que arreglaron la iglesia, y algunas acuarelas, y empecé a recrear la imagen del Cristo crucificado que vi en la misa; actitud que aún me sorprende pues mi conocimiento en estas artes es por demás escaso pero con toda esta limitación, algo me llama a tomar los pinceles y comenzar, aunque sigo sin entender ese afán que los blancos tienen de enaltecer la imagen de su Dios derrotado, sufriendo y al borde de la muerte. Me está quedando tan igual como el que hay en la iglesia pero siento que esta imagen necesita algo, mas, algo que se diferencie de las otras representaciones y que al mismo tiempo se acerque a lo que somos nosotros, pues el Cristo que siempre vemos no lo sentimos del todo nuestro como los otros lo tratan de hacer ver entre los nobles y sus demás iguales, y creo haber encontrado la esencia que buscaba.
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Luego de un arduo trabajo, nuestro Cristo negro está listo. Tenía que ser una imagen como esta pues pese a que el Santo Oficio no se mete con nosotros, siempre es bueno hallarnos lo más lejos posible de alguna de sus injuriosas acusaciones de herejía. Pero lo que ahora importa es que mi obra está terminada y ni la presencia de algunos extrañados que vinieron a supervisar lo que hacía pudo interrumpir esta hermosa pintura. En el galpón todos aprueban mi creación y su alegría es tan inmensa que vuelven a retumbar los tambores, esta vez sin temor a que los blancos nos escuchen. He encontrado el sentido de la pintura: El ser un Cristo negro ha hecho que nos identifiquemos con su forma, pues lo vemos como un miembro más de la cofradía y ese vínculo que se ha establecido nos impulsa a adorar también a nuestros dioses. Esa es la unión en la que estuve pensando por mucho tiempo y hoy es posible.
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No me siento bien. Creo que nunca llegue a curarme del todo de esa fiebre amarilla porque el momento por el que estoy pasando me hace pensar que aún conservo secuelas de la enfermedad, o quizá es otro mal que haya adquirido porque lo que siento me debilita pero no es tan apabullante como la fiebre. Todos esta  preocupados por mí pero yo les digo que no po, hagan porque no es tan grave y así lo siento; hay debilidad mas no dolor. Es más, en este momento creo ver una luz que cae del cielo directo hacia mí. ¿Será Oggun? ¿Será Changó? ¿Será el Dios de los cristianos? Quien sabe, yo solo me dejaré alumbrar por esa aura que me da una paz que ni aquí con los míos he podido sentir. Mi cuerpo no da para más, voy desfalleciendo y debería estar aquejado por la angustia pero no. Con las pocas fuerza que me quedan veo la imagen del Cristo negro y siento, que me dice que está bien, que debo partir y así lo haré. Me queda la tranquilidad de haber podido concluir mi obra y creo percibir que aquí será cuidada como en ningún otro lugar. Adiós hermanos de la cofradía. Adiós Pachacamilla.




lunes, 12 de octubre de 2015

Palmas para el grumete



Por Luis R. Carrera

Hay personas cuyos actos terminan siendo determinantes en algún momento del devenir de un pueblo o incluso de un país y su nombre queda marcado para siempre en el imaginario popular y registrado en los archivos nacionales. Muchos de estos personajes reciben el calificativo de héroes y su legado se mantiene con el paso de los años. Del mismo modo, hay quienes pese a haber sido partícipes de un hecho clave en la historia de una nación y su nombre se entremezcla con aquellos que alcanzaron mayor magnitud y finalmente desaparecen del recuerdo de todos y lo que es peor, la historia hace poco o nada por evitar que aquello suceda.
Eso fue lo que sucedió con el personaje que a continuación mencionaré, quien compartió un momento histórico con el más grande héroe de la marina peruana pero que a diferencia suya, el nombre de este otro defensor de la patria casi no está registrado en la llamada historia oficial, la cual tiende a dejar de lado muchos nombres de personas que a pesar de haber participado en varios acontecimientos trascendentales para el Perú, esta historia los considera poco o nada importantes para las generaciones futuras.
Aquella víctima de esta “historia oficial” fue nada menos que Alberto Medina Cecilia. "¿Quién?" dirá usted. Pues este hombre fue un tripulante del célebre Monitor “Huascar” durante la campaña marítima de la Guerra del Pacífico en 1879, actuando bajo las órdenes del almirante Miguel Grau Seminario.
Nacido en el primer puerto allá por 1862, desde muy joven tuvo la vocación de unirse a la Marina y con tan solo 17 años decidió servir a su patria, en contra de lo que opinaban sus familiares y entorno cercano, zarpando junto con marineros, tenientes, capitanes y demás a una de las embarcaciones más emblemáticas de nuestra historia naval con el rango de grumete es decir, como un aprendiz de marinero que apoyaba a la tripulación en todas sus operaciones y faenas. Es por este cargo asignado que para el futuro sería conocido como el Grumete Medina.
Una vez a bordo del “Huascar”, Medina fue designado al batallón “Constitución” en el que fue agrupado junto con otros grumetes, negros al igual que él, quienes estarían bajo las órdenes de Grau durante toda la campaña.


Luego del arduo Combate de Iquique, en el que nuestro afamado monitor salvó el honor de la fuerza naval peruana en desmedro de haber perdido al “Independencia”, y de exitosos ataques a las bases marítimas chilenas, el monitor sufrió la emboscada liderada por el “Cochrane” y el “Blanco Encalada” en Punta Angamos aquel fatídico 8 de octubre de 1879. Medina fue testigo de la muerte de Grau, Elías Aguirre, Diego Ferré, etc., para luego ver cómo la embarcación a la que había servido caía en poder del enemigo, finalizando así la campaña naval. Medina y y otros grumetes sobrevivieron al ataque sureño y se convirtieron en héroes de guerra pero lamentablemente, su recuerdo no perduraría como el de los caídos en combate, pese a la labor cumplida durante la guerra en la que fueron atacados tanto por el enemigo chileno como por los propios peruanos, quienes en un acto de claro racismo llamaban “chivillos” al batallón de grumetes, término que puede sonar algo ligero pero que denota una cuota no tan desdeñable de escarnio por el color de los valientes. Actitudes como esa a 58 años de constituida la república no era nada para lo que vendría años después.


Terminado el conflicto, fue homenajeado junto con el resto de su batallón por el gobierno y posteriormente fueron invitados en cada aniversario patrio al desfile militar en el que cada uno de ellos lucía con orgullo el uniforme de grumete usado en los combates en alta mar,  además de ser invitado a las reuniones de sobrevivientes del “Huascar” pero todo quedaba en eso. Ya entrado el siglo XX, Medina se hallaba trabajando como fletero y ya para ese entonces, muy pocos recordaban que durante la guerra con Chile existió un grupo de afroperuanos que participaron activamente del conflicto, tanto en el mar como en la infantería, y así se empezaría a borrar del recuerdo de la gente a esos valientes hombres que arriesgaron su vida por la patria con la misma lealtad de aquellos que sí fueron registrados en los libros de historia y en las evocaciones populares.
Solo antes de su muerte, aquel valeroso grumete fue nuevamente agasajado por la Marina y se le reconoció como Caballero de la Orden de Ayacucho y nuevamente elogiado por los servicios prestados a la institución, pero ya para ese entonces casi la totalidad de integrantes del batallón “Constitución” había partido de este mundo y eso facilitó de alguna forma las cosas para la ya mencionada “historia oficial” puesto que no había mucho interés, aparentemente, en inmortalizar a un grupo de subalternos de una embarcación que no tuvieron un cargo relevante a bordo de la misma, y peor en ese momento en que quedaban muy pocos sobrevivientes de ese grupo. Laureado por la Marina pero sumido en la pobreza, murió en 1948 a la edad de 86 años.
Afortunadamente hoy se viene realizando un loable trabajo por reconocer de manera póstuma a aquellos combatientes que no solo han sido marginados por los registros históricos sino que además fueron presentados en una reciente miniserie con un aspecto como del que gusta PromPerú para su "multicultural" publicidad.  Por ello es que de alguna forma se trata de compensar los años de injusto olvido pese a lo importante de su accionar. 
Ante todo lo expuesto, no queda otra cosa mas que ponerse la mano al pecho y pedir al pueblo peruano unas palmas para el grumete. 



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domingo, 9 de agosto de 2015

El puntero goleador


Por Luis R. Carrera

Era un muchachito de 14 años cuando ya se encontraba alejado de su natal Chincha y se buscaba la vida como recogebolas en el “Lolo” Fernández. Eran los últimos años de la década del 50 cuando aquel joven aprovechaba su estadía en el viejo estadio de madera para darse el gusto de ver en acción a Jacinto Villalba, Manuel Márquez, los hermanos Ruiz, René Gutiérrez y compañía. Por ese entonces ya se había convertido sin querer en el primer comensal de Margarita Arizaga, la recordada cocinera del club, y soñaba con lucir algún día la camiseta crema en el gramado de Odriozola, como lo hacían sus ídolos. No pasaría mucho tiempo para que pudiese cumplir ese sueño pues el Dr. Jorge Alva, luego de verlo jugar en un entrenamiento merengue, pidió que lo promuevan a la reserva pues se dio cuenta del potencial que el chiquillo tenía para el deporte rey. Aquel chiquillo que tuvo que comenzar realmente desde abajo no era otro que el recordado Víctor Lobatón, puntero izquierdo merengue de la década del sesenta.



No se equivocó el Dr. Alva al tomar esa decisión pues rápidamente “Kilo”, como se le conociera en el medio, dio muestra de la habilidad que no podía mostrar cuando recién llegó a Breña y al poco tiempo ya era titular indiscutible por la punta izquierda de la reserva merengue. Por tal motivo, en 1964 fue tomado en cuenta para el seleccionado juvenil que disputaría el Sudamericano en Lima clasificatorio a las Olimpiadas de Tokio y fue precisamente en ese torneo donde se dio la jugada que lo marcaría para siempre. En uno de los últimos encuentros, Argentina derrotaba al combinado peruano por 0 -1 y en un ataque nacional, “Kilo” logra vencer la valla de Cejas y empata el partido para alegría de las 50 mil personas que asistieron ese 24 de mayo de 1964. Lamentablemente, el uruguayo Ángel Eduardo Pazos anula la conquista y luego de ello ocurrieron los hechos conocidos por todos. Es a partir de esa jugada que Lobatón sería recordado como aquel a quien le anularon el gol en la tragedia del Nacional.


Paralelamente, ya había sido promovido al primer equipo crema dirigido por aquel entonces por Marcos Calderón. En ese plantel, peleó el puesto de puntero izquierdo con otro célebre jugador de la época: Enrique “Ronco" Rodríguez. Con él desarrolló una sana competencia por el titularato que no hizo más que mejorar la calidad de cada uno en beneficio del equipo, el cual contaba por ese entonces con una delantera de lujo en donde resaltaron los nombres de Ángel Uribe, Víctor Calatayud, Alejandro “Pelé” Guzmán, Luis Zavala, entre muchos otros que dieron un gran aporte para las gloriosas campañas de aquella década.


Lobatón logró hacer gala de su mejor juego durante el bicampeonato de 1966-1967 ya que Universitario no solo disputó el naciente Descentralizado sino que además, jugó las ediciones de la Copa Libertadores de esos años. Destaca sobre todo la del 67 en la cual demostró que más allá de su despliegue por la banda izquierda, en donde mostró un juego que combinaba picardía con velocidad, podía ser un extremo que pisaba el área. Llegó a marcar goles importantes en esa Copa entre los que destacan el que le marcó al Cruzeiro de Tostao y Dirceu Lopes y el que decretó el triunfo sobre Colo Colo en el propio Santiago. Estas campañas lo permitieron además ser convocado a la selección nacional.


Pero no todo fue alegría en sus años con camiseta crema. Por su color de piel, fue una víctima constante del racismo proveniente de las tribunas en sus primeros años como jugador, despreciable actitud que por desgracia se mantiene vigente hasta nuestros días. Afortunadamente “Kilo” no se echó para atrás ante estos ataques y continuó haciendo lo suyo, convirtiéndose en pieza importante del esquema del “Chueco” en la “U” de aquella década, equipo en el que jugó hasta 1968, año en que volvió a destacar en la Libertadores anotándole a Estudiantes de La Plata, equipo que a la postre sería el campeón, sumando un total de 6 goles en dicho certamen internacional; cifra por demás considerable para un wing izquierdo. 


No sería sino hasta 1972 que volvería a las primeras planas. Por aquel tiempo había fichado por el Atlético Chalaco dirigido por “Toto” Terry que ese año se hallaba en la Segunda División. Una vez más su aporte fue fundamental ya que se convirtió en uno de los baluartes del León Porteño que alcanzaría el título de la Segunda y por ende, su retorno a Primera luego de 11 años. En aquel cuadro del primer puerto compartió camerinos con viejos conocidos como Nicolás Fuentes y Enrique Casaretto, además del gran Julio Meléndez. Se mantuvo en el equipo y pese a que se vio forzado a hacer un alto a mediados de la temporada 1973 por una lesión al cráneo, continuó siendo figura del Chalaco aunque con algunas secuelas de aquel accidente . Dejaría el fútbol a mediados de los setenta aproximadamente.


En la década siguiente volvería a destacar, pero ahora desde el banco. En 1985 se convirtió en el técnico del Octavio Espinoza de Ica que había vuelto a Primera gracias a los controversiales Regionales de esos años. El flamante técnico forjó desde su llegada al equipo iqueño que en 1988 realizaría su mejor campaña en el torneo peruano.
Lamentablemente, a mediados de aquel 1988 tuvo que dejar el club por problemas de salud que lo venían aquejando. El ex jugador merengue y ahora entrenador del Solitario del Sur nunca se recuperó de esos males y falleció el 9 de agosto de 1990.
Al cumplirse hoy un año más de su partida, que estas líneas sirvan para recordar a un jugador que empezó de la nada y a base de esfuerzo pudo hacerse de un nombre en la historia de hasta 3 clubes de tradición en el fútbol peruano. Hasta siempre “Kilo” Lobatón.


sábado, 8 de agosto de 2015

El cumpleaños más difícil


Por Luis R. Carrera

La tarde del 5 de noviembre del 2003 me encontraba una vez más frente a mi vieja radio Panasonic sintonizando la fenecida Radio Gol para seguir las incidencias del encuentro entre Universitario de Deportes, el equipo de mis amores, frente al Bolognesi de Tacna. ¿El resultado? Una nueva derrota que nos mandaba al penúltimo lugar de la tabla de posiciones. A mis cortos 13 años sufría la crisis que la “U” estaba pasando, producto de 2 nefastas gestiones que dejaron el club casi a la deriva. Hasta hoy recuerdo la imagen del “Cuto” Guadalupe elevando las manos al cielo implorando que el mal momento termine de una vez, lo cual fue sucediendo de manera paulatina en los años siguientes, en los cuales decía para mí mismo que era imposible que el equipo pudiese volver a caer tan bajo como en aquel 2003.
Hoy, luego de algunas alegrías y títulos alcanzados, el destino se ha encargado de restregarme en el rostro que sí era posible caer más bajo que a inicios del nuevo siglo pues el equipo actual se halla en lo más hondo de la tabla de posiciones para tristeza mía y de todos los hinchas de este club tan querido por la mitad más uno del país. Pese a ello, tal destino no fue solamente un mal augurio que caprichosamente se posicionó sobre el futuro de la “U”; muy por el contrario, el pésimo desempeño del plantel merengue y su posición en la tabla no es otra cosa que el resultado de una serie de errores sin fin surgidos durante el tiempo de aparente resurgimiento del cuadro merengue (ubicado principalmente luego de la consecución del título del 2009) que trataron de ser tapados con los logros obtenidos en los últimos, nunca atendidos de manera adecuada y que finalmente salieron a la luz generando así una de las peores crisis, si es que no es la peor, que el Club Universitario de Deportes ha tenido que pasar en estos 91 años de existencia.



El primer error que viene a mi mente es una costumbre recurrente en la historia del balompié peruano y repetitivo hasta hoy, lamentablemente: El cortar procesos. La “U” no ha sido ajena a esta insana costumbre y en los años cercanos a este terrible momento hubo 2 casos a resaltar por haber venido desde las altas esferas del club, uno más grave que el otro pero igual de criticables.
Corría el año 2007 y el equipo principal se hallaba bajo el mando de Edgar Ospina, un técnico foráneo de amplio recorrido por el medio local, quien si bien no lograba hacer que los resultados nos lleven al primer lugar, venía haciendo las cosas de forma aceptable hasta el momento, salvo por una derrota en casa a manos de la Universidad San Martín. A mediados de ese año se dio el proceso electoral para el nuevo presidente del club que finalmente daría como ganador a Gino Pinasco. Éste, en un afán de ganarse a hinchas y socios desde un inicio había prometido traer de regreso a Jorge Amado Nunes, quien nos había dirigido el hasta el verano de ese año. Al llegar a la presidencia cumplió su promesa y Ospina tuvo que dar el paso al costado para la llegada del “Cenizo” quien trabajó con todas las ganas del mundo pero bajo su mando ni siquiera se igualó la posición en la que estaba la “U” con el DT colombiano. El otro caso, mucho más polémico que el del 2007, sucedió 3 años después. A fines del 2010, la era Juan Reynoso había perdido la mística de meses atrás y el profesor tuvo que salir del cargo. Fue entonces que llega a la dirección técnica el argentino Salvador Capitano, entrenador de cierto prestigio y con experiencia internacional quien rápidamente cambió la cara del equipo y le dio una idea de juego, la misma que se había perdido en los últimos días del “Cabezón”. Hasta hoy muchos recordamos aquel baile que se le propinó a Melgar en la misma Arequipa con un inapelable 4-0 que puso ser más. Todo indicaba que con esta renovación en el banco el bicampeonato era posible, hasta que nuevamente Gino Pinasco entró en acción y no tuvo mejor idea que sacar al profesor Capitano para preparar el retorno de José Del Solar, ya resistido por la afición en aquel entonces. Así, nuevamente se cortó un proceso, esta vez mucho más auspicioso que el de Ospina pero con las mismas consecuencias: Universitario se estancó luego de varias jornadas con resultados alentadores y un planteamiento interesante para probar con un nuevo técnico  faltando pocos meses para el final de la temporada y a mi parecer, fue en este momento cuando se empezó a “gestar” el camino a la situación por la que Universitario pasa actualmente.



Sostengo esta idea luego de analizar cómo fueron las temporadas previas al título del 2013, cargadas de un fatídico cambio de mando que significó pérdida de puntos en mesa por malos manejos dirigenciales y coqueteos con los últimos lugares de la tabla, además de decepcionantes y en algunos casos inexplicables fichajes (aún recuerdo al portero Cook). Por lo tanto, otros errores a resaltar de estos años son la repartija dirigencial que encabezó Pacheco y su Grupo Santo Domingo (que dicho sea de paso trastocó incluso nuestros colores clásicos), el continuar experimentando con técnicos casi debutantes en el medio como Solano, producto de la pérdida de ingresos que el nefasto presidente ya mencionado originó con sus ganancias a costa de la institución merengue, y principalmente el cierre de un ambiguo contrato con Gremco que no fue otra cosa que una recreación de aquellas concesiones a perpetuidad con que se favorecían a las ferroviarias inglesas en el siglo XIX. No era de extrañarse luego de todo esto, que el cuadro estudiantil disminuyera considerablemente su producción para inicios de la presente década.
Las administraciones temporales parecían ser un respiro ante el caos generado por las últimas gestiones y en efecto, en un primer momento cumplieron con los objetivos establecidos como lo demostró el último campeonato del 2013 pero una vez pasada esta alegría, la inestabilidad volvió a reinar en tienda crema. 



Para el año 2014, la Copa Libertadores nos demostraba que una vez más que no se reforzó al plantel como se debió para afrontar tal torneo, mientras que la AT caía en la demagogia con promesas imposibles de cumplir ya que las deudas volvían a ser un duro escollo para el devenir de la institución. Y como quien suelta el tiro de gracia, la administración que hoy nos maneja no hizo sino empeorar el ya difícil momento del año pasado pues se dejó casi todo en manos de Del Solar (quien aparentemente no sigue más) y que confió la dirección técnica a un entrenador que no sabe manejar un equipo en crisis.
Esta suma de cortoplacismo, endeudamiento, experimentos fallidos (como el de Ibáñez en el banquillo) y en general continuar con la línea trazada por Alfredo Gonzáles tiempo atrás, no podía terminar en otro resultado que el de una entidad al borde de la liquidación. Por todo lo mencionado, se demuestra por enésima vez que en el “julbo” peruano siempre hay que estar preparado para lo peor más allá de lo que uno desee. Pero al ser Universitario un equipo caracterizado por nunca rendirse frente a la adversidad, en este nuevo aniversario no queda otra cosa que mantener el empuje y la actitud inculcada por las viejas glorias del club y una vez más, confiar en la recuperación.