jueves, 12 de diciembre de 2019

Lima y el “Monstruo”




Por Luis R. Carrera

Cuando el accionar nefasto de la justicia peruana se fusiona con los prejuicios raciales y el deseo de lucro de nuestra prensa, pueden generarse terribles consecuencias contra la vida humana. Fue lo que ocurrió en la Lima de los años 50, aquella Lima de nuestros abuelos, de la tradición, de las calles limpias, del criollismo, pero, al mismo tiempo, la Lima con pensamiento colonial, sometida a la voluntad de la oligarquía y, por lo tanto, garante de la permanencia en el tiempo del discurso que deja al de piel oscura en los peldaños bajos de la escala social. Esta fue la Lima que Jorge Villanueva Torres tuvo que enfrentar el tiempo que duró su martirio.

 


Todo cambiaría en vida de Villanueva la mañana del 7 de setiembre de 1954, día en que el niño Julio Hidalgo Zavala desapareció de su hogar, ubicado en el distrito de Barranco, para ser encontrado a los pocos días, ya muerto. Su cuerpo fue hallado en la quebrada de Armendáriz, área verde que marca el límite entre Barranco y Miraflores, e inmediatamente los padres del fenecido clamaron justicia. Mientras tanto, el hallazgo empezaba a ser comentado por todos los vecinos del lugar, quienes hicieron de lado sus comentarios acerca de la radionovela del día o sobre cómo era posible que Mariscal Sucre pelee el campeonato peruano para dirigir sus murmuraciones hacia el crimen recientemente cometido. La aparición de la policía y la empatía que generaron los padres del pequeño Julio entre la opinión pública fueron elementos suficientes para que todos llegaran a la misma conclusión: Había que encontrar al culpable.

 


A todo esto, hay que agregar un hecho que terminaría siendo determinante para que el hecho recale en toda la ciudadanía: La prensa peruana venía dando giros peculiares dentro de su función de informar. Es en esta década que el periodismo sensacionalista daría sus primeros pasos, siendo el diario Última Hora el abanderado de esta nueva forma de hacer periodismo, dejando de lado la formalidad de otros años y adoptando las expresiones populares de la Lima de mediados del siglo XX en sus titulares, acto que plasmaron exitosamente cuando informaban al país sobre los principales acontecimientos de la Guerra de Corea. Ese mismo ímpetu de informar al público en un lenguaje chabacano pero al mismo tiempo contundente, lo terminarían enfocando en este seguimiento del caso de la quebrada Armendáriz.

 


Es en estos días de agitación en las redacciones y hasta en la radio (los medios de mayor alcance para la gente de ese tiempo) sobre el crimen contra el niño Hidalgo que se da un hecho clave en las investigaciones. La policía contacta con un turronero de nombre Ulderico Salazar, quien afirmaba haber visto a la persona que mató al niño y acto seguido, armó un guión sacado de la más convencional miniserie de Michelle Alexander, el cual de inmediato fue tomado como cierto: Un hombre negro llevaba al niño de la mano y le compró uno de sus turrones para dárselo al pequeño. ¿Cómo es que a Ulderico se le dio por inventarse tamaña historia y por qué la proyectó aun tipo de persona en particular? Son preguntas que jamás obtendrán respuesta. Aun así, lo cierto es que apenas el vendedor dio la descripción del supuesto asesino, todo parecía cuadrar en el rompecabezas armado. Pero claro, cómo no se nos ocurrió antes, quién más podría ser capaz de tamaño crimen, si yo siempre he dicho que los negros no son de fiar, son gente de media mampara, solo con la pelota son buenos estos, qué esperamos, busquemos a todos los negros posibles que el caso ya está resuelto. Estas probablemente hayan sido las palabras que muchos integrantes del cuerpo policial de ese entonces enunciaron al interior de las comisarías.

Inmediatamente, Ulderico fue tomado por la policía y se le mostraron muchas fotos de personas con antecedentes policiales que se ajusten a la descripción brindada. Entre esas fotos se hallaba la del futuro protagonista de esta historia: Jorge Villanueva Torres, asiduo visitante (contra su voluntad, claro está) de muchas intendencias policiales, quien fue señalado por el turronero como el hombre que aseguraba haber visto. En tiempo récord, en parte por su afamado expediente policial, el flamante detenido fue ubicado (15 días después del crimen y luego de sendas redadas en barrios populares donde se arrestaron hombres negros pues por lo visto, el testimonio vacilante de alguien que comentó lo que le pareció ver era motivo suficiente para inculpar a la población afroperuana por un asesinato), detenido y llevado nuevamente a una comisaría y esta vez para nunca más salir, pues el ambulante ratificó su postura cuando lo tuvo al frente. La Lima de antaño quería un culpable y Ulderico se lo entregó. Capturado y ya confeso del crimen, según informó la policía a los medios, Jorge Villanueva Torres dejaba de llamarse de esa forma para la opinión pública, puesto que la prensa, siempre precisa cuando quiere destruir la imagen de quien se le antoje, lo merezca o no, lo bautizaba como “El Monstruo de Armendáriz”. La prensa sensacionalista se hacía presente en el caso con esta creación.

 


¿Pero quién era este “monstruo” que ahora cargaba con la responsabilidad de un crimen y que, además, recibía un nuevo nombre para la Lima de los prejuicios y tradiciones? Jorge Villanueva Torres fue un ciudadano de esta coronada villa nacido en 1919 en medio del espacio marginado y populoso de la capital peruana, donde fue testigo de cómo se lleva la vida en las zonas excluidas de la capital. Para mayores referencias acerca de este desdichado ciudadano, es necesario recurrir a lo investigado por el activista José “Cheche” Campos. Gracias a este estudioso de la negritud peruana sabemos, aparte de su año de nacimiento, que Villanueva Torres fue un virtuoso de la guitarra criolla y que en su juventud llegó a ser un graduado de la Fuera Aérea del Perú, galardones con los que hubiese triunfado sin problema alguno de no haber sido por un par de detalles de su persona. El primero fue su salud mental, tema que hoy está en boga en cualquier medio de comunicación, pero que en la Lima cincuentera, tan criolla y excluyente, era más que un tabú, por lo que ni amigos ni familiares tomaron con la seriedad del caso sus cambios de actitud. Estos problemas, sumado a su personalidad impulsiva, lo fueron llevando por otros caminos que nada tenían que ver con lo militar o lo artístico.

 


El otro detalle a resaltar fue su color, una característica que tendría que ser pasada por alto, pero así no funcionan las cosas en esta ciudad que arrastra, y sigue arrastrando, la rica carga cultural que el tiempo colonial nos dejó, la cual dicta que el andino agacha la cabeza casi como una reacción natural, que el negro solo sirve para el vicio y el baile y que el amazónico está no habido. Por tal motivo, Jorge Villanueva, fue mantenido en la marginalidad en el tiempo en que se alejaba de sus logros y por ese motivo fue señalado por aquel vendedor de turrones cuando se buscaba un culpable, pues pensó en una persona negra al momento de ser consultado por los hechos. Y fue en más negros en quienes pensó la policía en esa búsqueda del asesino. Pudo haber sido cualquiera de los afroperuanos detenidos durante las investigaciones, entre los que se halló el propio padre de “Cheche” Campos, pero entre todos ellos fue a Villanueva a quien le tocó recibir toda la culpa en lugar de aquel conductor que en el momento de enterarse de la condena al “Monstruo”, debió agradecer al cielo por vivir en una ciudad absorbida por el prejuicio y marcada por la división social del Virreinato.

Ahoya ya estaba todo consumado. Lima ya tenía su culpable, los diarios ya tenían sus portadas, las emisoras tenían un tema de qué hablar y el común de la gente, nuevo material para el morbo. Una vida era destruida en tiempo récord sin necesidad de redes sociales virtuales, pues a la Lima de nuestros abuelos, alegre, jaranera y excluyente, solo les bastaba una verdad a medias y un individuo con rasgos no blancos para dar rienda suelta a su rechazo por todo aquello que la República Aristocrática les inculcó como malo o inferior. Esta es la Lima que le tocó a Villanueva, como si no hubiese sido suficiente haberse alejado de sus virtudes, caer en el mundo del hampa y ser bautizado como “Torpedo” en las comisarías de la época. Esta misma Lima que lo acogía y presenciaba su declive, ahora le ponía una carimba simbólica que se traducía en la condena pública por algo que no hizo y por la que a partir de ahora lo convertía para siempre en el “Monstruo de Armendáriz”.

 


Todo había cambiado para “Torpedo”. A partir de ese año 1954 su vida transcurriría entre el Palacio de Justicia y la Penitenciaría de Lima. Atrás había quedado la bohemia, los atracos en tranvía y calles de Barranco; ahora tenía que llevar a cuestas el peso de una condena en la que no tenía indicios de culpabilidad. Pero esto no importó, pues todo estaba claro para jueces, vocales, periodistas y ciudadanía en general: Un negro vago y resentido había violentado a un inocente niño y tenía que ser juzgado por eso, para que quede un precedente en el resto de negros, que de seguro también son vagos y resentidos menos lo que juegan su pelota; estos sí hacían algo bueno. Este pensamiento guía de la Lima de antaño fue lo que determinó que la condena sea ratificada. Mientras tanto, el ahora llamado “Monstruo de Armendáriz” sufría una injusta prisión y, además, tenía que soportar el hostigamiento de la policía que prácticamente lo obligaba, por medio de torturas, a confesar el crimen. Es aquí que vuelve a entrar en escena Ulderico Salazar, el turronero iniciador de toda esta movida contra Villanueva, pues en los juicios posteriores a la captura del desdichado, le tocó estar frente al acusado que incriminó, ante quien se ratificó en su testimonio, hundiéndolo aún más y reforzando de esta manera el pensamiento limeño señalado líneas arriba.

 


De pronto, una luz de esperanza emergió para el condenado. El abogado sanmarquino Carlos Enrique Melgar decidió tomar el caso y defendió a Jorge Villanueva en los juicios que enfrentó. Fue así que con mucha audacia y un amplio conocimiento de las leyes, logró que se le quiten los cargos por violación (porque hasta esto le había adjudicado el aparato judicial de la Lima tradicional) al no haber pruebas y fue él quien plantea la tesis del atropello al guiarse del informe de la autopsia del niño, el cual señalaba las partes en las que fue golpeado, siendo de esta manera el discurso más razonable que se pudo oír en estos años de absurda sentencia, pues Melgar llegó incluso a poner al descubierto que la  confesión de Villanueva había sido forzada. Pero todo esto fe inútil. Este accionar tan razonable no iba acorde con el escenario cargado de prejuicio que la Lima de los 50 había armado y quería mantener, dado que, según el entendimiento de esta noble y bella ciudad, el culpable, un negro vago y resentido, ya había sido condenado y debía pagar. La filiación aprista de Carlos Enrique Melgar había pesado para que se le quite validez a su exposición. La suerte de Villanueva parecía echada.

 

Carlos Enrique Melgar



¿Y qué ocurría en la Lima del criollismo y la tradición mientras un inocente era injustamente condenado? Se vivían los últimos años del gobierno de Manuel Odría, el pueblo vivía acostumbrado a la mano dura de un enésimo régimen militar, la oligarquía aún vivía a plenitud gracias a la explotación de campesinos en sus haciendas, la ciudad recibía a la migración andina con la mayor hostilidad posible, la jarana la ponían Los Troveros Criollos y el público vibraba con los goles de Segundo Guevara y Valeriano López, las jugadas de Cornelio Heredia y las atajadas de Rafael Asca, afroperuanos considerados como elementos positivos por dedicarse al balompié. Esta Lima que añoraba el tiempo de los virreyes en secreto creía en todo lo que decía La Crónica o Última Hora, despreciaba al andino y que afirmaba que el negro dejaba de pensar al mediodía, fue la misma ciudad que reprodujo en todos sus confines la figura de Jorge Villanueva Torres ya convertido en “El Monstruo de Armendáriz, a quien le acuñaba todo lo negativo de la sociedad.

 


Pero como la Lima de los “buenos tiempos” estaba supeditada a instancias superiores, decidió encubrir un hecho que amenazó con cambiar el rumbo del país al momento en que se apresaba al “Monstruo”. Era agosto de 1954 y la dictadura odriísta ya se hallaba en decadencia, momento que fue aprovechado por el general Zenón Noriega, quien formó parte de una conspiración contra el presidente para darle Golpe de Estado. Noriega sería puesto al descubierto para luego ser depuesto de su cargo y enviado al destierro. Todo este proceso ocurría por los días en que Jorge Villanueva se convertía en el “Monstruo de Armendáriz”, por lo que este caso se convirtió en la cortina de humo perfecta para ocultar que el Ochenio de Odría estaba en crisis y con claras señales de debilidad. Así, la condena al “Monstruo” pasaba de ser un simple generador de morbo a volverse una estrategia nacional para cubrir las falencias del gobierno militar en curso. El país entero le daba la espalda al pobre Villanueva.

 

Zenón Noriega

Mientras tanto, la Lima añorada se encargaba de explotar su propia creación, especialmente durante los juicios contra Villanueva, pues el poco tacto de este para canalizar su indignación traducida en agresiones a jueces y vocales, era transmitido a la opinión pública como muestras de salvajismo cuando solo se trataba de la molestia de un hombre que veía cómo el aparato judicial hacía lo que le venía en gana con su vida. Pero ahora la ciudad de los valses, los anticuchos, los ranfañotes y los actos discriminatorios pasaba a un siguiente nivel en el que incitaba a que se aplique la pena capital en el caso, pedido que hallaba eco en los limeños mazamorreros de la época, debido al ímpetu con que la Lima bohemia proclamaba su pedido judicial. La opinión pública se agitaba de una forma similar a los capitalinos del siglo XVII cuando se efectuaban los autos de fe, solo que ahora no había un Tribunal del Santo Oficio que azuce a la población. Su lugar había sido tomado por la novel prensa sensacionalista que elaboraba los titulares más impactantes para asentarse en el mercado nacional. Era de esta forma en que Última HoraLa CrónicaLa Prensa entre otros diarios, obtenían buena parte de sus ganancias de la desgracia del “Monstruo”, porque mientras más veces anunciaban este nombre en sus rotativas, más ejemplares lograban vender. La vida de Jorge Villanueva era no solo materia de chisme y encubrimiento de noticias nacionales, sino que ahora se convertía en la fuente de riqueza del periodismo insensible y mercenario. Todos ganaban con la figura del “Monstruo”, menos el “Monstruo”.

 


Fue así que llegó el 8 de octubre de 1956. Aquel día la presión de una población que se había nutrido de la prensa ya descrita parecía ejercer influencia sobre la Corte Suprema, que en un intento de contentar a las multitudes dictaba sentencia sobre Villanueva, condenándolo a la pena de muerte por el delito de homicidio, consagrando de esa forma la más grande injusticia del siglo XX en la capital peruana. Pero no importaba eso, el caso ya estaba resuelto tal cual lo dictaba la Lima de antaño, la Lima pregonera, tradicional, costumbrista, conservadora, morbosa y excluyente. La respuesta del condenado no podía ser otra: Fue directamente contra los magistrados, al punto de que tuvo que ser maniatado a la fuerza. Aun así, pudo insultar a los jueces (con todo el derecho del mundo), romper las lunas del tribunal y exclamar con la voz ya quebrada: “¡Yo he cometido muchos delitos, he sido un hombre malo, pero este crimen no me pertenece!” Porque sí, antes de pasar por este suplicio, Jorge Villanueva era conocido como “Torpedo” y ya inmerso en el hampa asaltaba en los tranvías y en las calles barranquinas, mas nada de esto justificaba una sentencia de muerte por un crimen sin comprobar. Carlos Enrique Melgar reclamaba que no se podía dictar tamaña sentencia solo con indicios y además, había desbaratado los argumentos del turronero Ulderico. Pero fue inútil. El fervor de las calles y la militancia aprista del abogado le terminaron de jugar en contra al mal llamado “Monstruo”. Ya nada podía librarlo de su destino.

 


Los meses siguientes fueron una angustia constante para el “Monstruo”, quien ya estaba resignado a lo que le venía. Había intentado suicidarse sin éxito y distintos capellanes, por medio de la confesión, lo inducían a admitir el crimen. Hasta la iglesia lo había abandonado. Es por ello que hoy es más que necesario reivindicar la figura de Villanueva, pues si bien es cierto que ya lidiaba con lo delincuencial antes de pasar por este calvario, terminó siendo un hombre completamente excluido y marginado, abandonado y señalado por todos, cuya desgracia sirvió para beneficiar rotativas de prensa, programas de radio, vecinos chismosos y hasta al gobierno de turno que utilizó esta historia a su favor, en tanto que la única persona que quiso defenderlo fue minimizado por su militancia política. En suma, Jorge Villanueva Torres vivió un drama originado por la suma de todos los aspectos que le dieron a la Lima de nuestros abuelos ese toque morboso e hipócrita del que aún en estos tiempos hace gala, ahora repotenciada con personajes influyentes (pero no por eso dignos o ejemplares) y plataformas virtuales que los avalan y nos dictan sobre qué opinar, del mismo modo en que Última Hora lo hacía con esta condena. Por tal motivo, al buen Jorge, ya con todo en contra tanto en lo legal como en lo social, solo le quedaba esperar el día de su ajusticiamiento.

 


Y ese momento llegó el 12 de diciembre de 1957. Pasadas las 5 de la mañana, Villanueva era sacado de su celda y llevado al patio de la Penitenciaría de Lima, ubicada donde hoy en día se erigen el Hotel Sheraton y el Centro Cívico. Ahí ya había sido levantado el madero en el que sería puesto y además, ya estaban en sus lugares el juez instructor, un escribano, los vigilantes del penal, los 8 soldados que lo ultimarían y muchos otros a quienes la curiosidad los invadió. El ansia de morbo en su máxima expresión. Horas antes de esta “ceremonia”, había enviado a través de su abogado una carta a su hijo y luego de eso, pasó la peor noche de su vida, en la que probablemente haya vuelto a maldecir a aquellos que lo metieron en este hoyo, a despreciar por completo al decadente sistema de justicia e intentar asimilar que su aspecto y su color determinaron su situación con mayor peso que cualquier alegato judicial. Quizá haya recordado también las noches de jarana que pasaba guitarra en mano, los atracos en los tranvías, las veces que entraba y salía de las comisarías o quizá cuando se preparaba para ser aviador. Todo esto quedaba en el pasado pues ahora estaba siendo atado a un palo frente a los 8 soldados que alistaban fusiles.

Pero Jorge, sabiéndose inocente, demostró que, pese al abandono, el prejuicio y la condena mantenía su posición, lo único que no pudieron arrebatarle, y le exclamó al juez: “¡Usted es culpable de mi muerte!” y cuando los soldados ya le apuntaban aún con más fuerza dijo: “¡Soy inocente! ¡Yo perdono, pero a él…!”, momento en que su reclamo se corta pues el “Monstruo” ya ha caído. Fueron 8 balas que no solo significaron la muerte de Villanueva; fueron también una evocación a aquellos descendientes de la Diáspora africana que también sufrieron injusticia en suelo peruano. Cada bala parecía revivir el recuerdo del ajusticiamiento a Francisco Congo, a Lorenzo Mombo, la censura a José Onofre de la Cadena y el fusilamiento de León Escobar. Todos ellos, ahora a junto a los Orishas, sufrieron desde el cielo el abuso contra esta víctima del morbo, racismo y mediatismo capitalino. 

 


Días después del asesinato, el diario Última Hora, el mismo que había destruido la imagen del ahora fenecido acusado, reescribía parte de su información insinuando que podía ser inocente, mientras que La Prensa señalaba, recién, las contradicciones de Ulderico. Si algún espacio con injerencia en todo este entuerto no perdió nunca, ese fue la prensa sensacionalista, tan nociva como ingeniosa al momento de llegar a los kioskos y al subconsciente de quienes lean esos llamativos titulares que años más tarde alcanzarían su máximo nivel de decadencia cuando se entregaron por completo a cierto ex asesor presidencial, pero eso ya es otra historia.

Es por todo lo dicho en estas líneas que es necesario volver a sacar a la palestra el recuerdo del llamado “Monstruo de Armendáriz”, no con la intención de vilipendiarlo como en su época, sino para mantener vivo el recuerdo de un personaje olvidado por nuestra historia pese a todo lo que vivió. No sabemos si la propuesta del magistrado Duberlí Rodríguez (aquella que buscaba absolverlo de manera póstuma) prosperará algún día, por lo que el recordar a este afroperuano perjudicado por la justicia y la sociedad limeña en general se convierte casi en un deber cívico por ser una célebre víctima de la Lima de antaño, la Lima de la tradición, de la jarana, el tundete, el pregón y al mismo tiempo, la Lima del prejuicio, el morbo, el racismo, el engaño, la discriminación, acción que un día de 1954 decidió enfocar toda su capacidad para desdeñar, marginar y destruir en una sola persona que recibió sin misericordia un repudio que no se merecía, pero que iba acorde con estándares que hoy, en pleno siglo XXI, siguen merodeando nuestras mentes y que en ese tiempo imperaban en el sentir de los habitantes de esa Lima doble cara que pese a todas las “cualidades” mencionadas, seguía afirmando ser más bella que París.

 



Referencias


martes, 1 de octubre de 2019

Naranja disuelta


Por Luis R. Carrera

Hasta hace unas horas, los integrantes de la Fuerza N° 1 (César Hinostroza dixit) se creían intocables, los seres (ya ni siquiera personas) más poderosos del país, aquellos que hicieron caer a 3 gabinetes y 1 presidente. Y de algún modo tenían motivos para creerse esa imagen. Eran la mayor fuerza parlamentaria, pese a las sanciones y dimisiones, y copaban las más importantes comisiones del Congreso, siendo capaces de poner como líderes de las mismas a personajes que solo el consumo incesante de estupefacientes  haría que alguien los ponga a la vanguardia de lo que sea. Y como remate, ponían traba sin problema alguno a todo intento de cambio o contacto con sus perversos planes políticos, extraídos de mentes semejantes a la del Pastor Santana, Martin Rivas y “El Loco del Martillo”, a través de los cuales se negaban a ver una realidad que evidenciaba los vínculos de esta Fuerza con lo más arraigado de la corrupción. Este era el panorama que el Perú tuvo que padecer desde el 28 de julio del 2016.


Mas como todo tiene su final y nada dura para siempre (Lavoe presente) su paraíso de corrupción e indultos acaba de sufrir el mayor revés que hubiesen imaginado: Martín Vizcarra, el hombre que la Fuerza N° 1 creyó poder dominar al igual que a su predecesor, sentenció el cierre del Congreso, tal y como lo hizo el ídolo de la fuerza afectada, solo que sin ansias de poder y sin un mapa al lado. La pronunciación de ese “Disolver” no tuvo la misma energía que en el 92 y la Fuerza lo sabía muy bien. Su mundo de ilusión en el que Fujimori acabó con el terrorismo y todos los demás éramos unos rojetes resentidos, se desmoronaba a medida de que el discurso avanzaba y no podían hacer nada para evitarlo. Mientras tanto, la gente salía a las calles a celebrar más intensamente que cuando clasificamos a Rusia.


Y no era para menos tanta algarabía. Hasta no hace mucho estábamos a punto de volver a vivir el dinamismo político de los 90 sin necesidad de que la Fuerza N° 1 esté en el poder, la misma Fuerza que en todo este tiempo de gobierno PPKausa elucubró muchas maneras de aferrarse a su única fuente de poder a nivel de Estado convirtiéndose en el principal impedimento para el avance político del actual régimen y de paso, de nuestra institucionalizad, algo que poco o nada le importó a la cabecilla de la fuerza naranja con tal de no perder el poderío que tantos tapers les constó conseguir. A esto le sumamos que pese a los destapes de los audios de la CNM y el encarcelamiento de la hija del dictador, no perdieron su nexo con el aparato judicial del país, teniendo a Pedro Chávarry como principal aliado en este intento de volver a los 90, algo que de a poco estaban logrando.


Pero hubo algo entre su manejo del Congreso y del sistema de justicia que la Fuerza N° 1 no pudo controlar: su soberbia. Bastó que tengan algo de poder en sus manos para que se crean más influyentes que el propio presidente, actitud que se pudo apreciar en cada mensaje a la nación que la lideresa de la corrupción daba sin que nadie se lo pida o en todas esas ocasiones en que la vieja guardia de este grupo declaraba a la prensa o comandaba alguna comisión. Siempre alegaron tener la razón, minimizando otras opiniones o desafiando al Ejecutivo, como el despreciable Héctor Becerril retando a Vizcarra a que cierre el parlamento. Fueron justamente esta chabacana afrenta más el circo que muy temprano armaron frente a "Pantaleón" los detonantes de tamaña decisión que Vizcarrita, opuesto al bloque anaranjado pero cercano a las cámaras y las encuestas, tomó la tarde del 30 de setiembre.


Aquel día, ahí escondida a la sombra de la Fuerza Popular, otra fuerza hoy minimizada y vilipendiada también sentía cómo se le movía el piso con la noticia. En un rincón algo visible, los 4 integrantes de la bancada de la estrella también pegaban alaridos de indignación y terror al mismo tiempo, al saber que ya no había Congreso.
Ahora se quedaban sin su único espacio de influencia y perdían un beneficio adorado tanto por ellos como por la Fuerza Naranja: la inmunidad parlamentaria, puesto que ambos bandos tienen mucho que responder ante la justicia y ahora podrán ser juzgados por sus vínculos con Odebretch y mafias locales. Así va acabando la aventura política de un partido que alguna vez fue ejemplo de organización al mando de Víctor Raúl (solo con él) y que ahora era solo una rémora del fujimorismo. Esto se debe en gran parte a la credibilidad perdida por culpa de aquel ex mandatario que vio en una balas su escape a una realidad que lo sentenciaba como culpable de una serie de delitos y además, de la decadencia absoluta de su partido.


Octubre no pudo comenzar de mejor manera. Atrás quedaron los días de soberbia y matonería tanto de apristas como de naranjas. El Perú se ha librado de seguir lidiando con una encubridora de corruptos como Rosa Bartra, de ver cómo una defensora de los principios más retrógrados que puedan existir como Tamar Arimborgo lideraba la Comisión de Educación, de rabiar con la conchudez de Mauricio Mulder y Del Castillo tildando a otros de corruptos y de sufrir de otitis por escuchar a Luz Salgado decir que lucha por el pueblo. Hoy todos ellos mueven sus últimas fichas de supervivencia por intermedio del confiepista Pedro Olaechea, el hombre que sabe más de administrar viñedos que un Poder Legislativo pero que aun así se aferra a un cargo que ya no tiene, quien nombró a Mercedes Aráoz como presidenta “de la democracia” convirtiéndola de esta forma en una fantoche más de toda esta podredumbre, cargo al que venía aspirando desde el Baguazo.

Y es que "Mechita" fue un caso aparte. El país entero vio por distintos medios cómo la vice presidenta que tiempo atrás defendiera a capa y espada al longevo y aletargado (por no decir otra cosa) PPK y que luego se mostrara como la escudera de Vizcarrita, ahora cantaba el himno y se pronunciaba ante un hemiciclo ya suprimido que se negaba a aceptar lo que venía sucediendo fuera de los dominios congresales. Fujimoristas y sus rémoras apristas aplaudían que Mercedes, biblia bajo el brazo y crucifijo al frente juramentara como la presidenta del país mientras en calles y plazas se celebraba el fin del poder naranja en el Legislativo. Habían ante nuestros ojos 2 realidades que por algunas horas marcharon en paralelo al jolgorio popular pues la desesperación fujimorista se jugaba su  última carta y la Aráoz, muy solidaria ella. se prestaba para esta puesta en escena en la que demostraba que a pesar de su pasada defensa al bando PPKausa, en el fondo tenía menos camiseta que Figo y Esidio juntos. Por fortuna nuestra y para desgracia de Fuerza Popular, el cargo que por buen rato ostentó Miss Bagua era más falso que el profesionalismo de Reimond Manco y por tal motivo, esta juramentación a lo que salga quedó solo como una burda recreación del Perú de 1823.


Hoy todos los afectados por este cierre bendito seguirán reclamando un golpe de Estado y que ahora vivimos en dictadura, mientras todos nos reímos de sus palabras y de sus partidos políticos. Pero así como festejamos la decisión tomada, somos también conscientes de que esta disolución del congreso no ha solucionado los demás problemas del país. Pese a ellos, bien vale celebrar este hecho que significa un paso importante para conocer más verdades en el ámbito judicial. Y lo mejor de todo es que no hay que preocuparse por un retorno de estos infames seres, pues la gente los va conociendo cada vez más  acerca de la calaña que son ambas fuerzas y en caso todo esto no sea suficiente, un conazo de cuando en cuando los mantendrá siempre a raya de la Plaza Bolívar. 




miércoles, 7 de agosto de 2019

Confrontando el paradigma


Por Luis R. Carrera

“¿Y tú que haces con esa camiseta?” “¿Qué tú no eras de Alianza?” “¿Negro y de la U?” Por años he sido abordado con este tipo de cuestionamientos cada vez que confieso mi hinchaje y aún en estos días me encuentro con las mismas expresiones de sorpresa y, en algunos casos desconcierto, de años atrás. Por lo visto, mi color y la camiseta que me pongo no guardan relación para algunos.
Esta situación ha generado incomodidad en muchas personas que como a mí, se les puso en tela de juicio su preferencia futbolística por cuestiones fenotípicas, actitud por demás errónea y prejuiciosa que, si bien posee un fundamento endeble, se puede llegar a comprender. Por muchos años ha sido inculcado en el imaginario popular que solo un equipo en el Perú es el difusor exclusivo de lo afroperuano en el Deporte rey. Diarios, programas televisivos, chistes y hasta el entorno familiar nos han bombardeado con una infinidad de frases y conductas que direccionaban a un mismo mensaje: Eres negro, entonces tienes que ser de Alianza. Esto a raíz de la cantidad de jugadores afro que el compadre empezó a congregar en los años 20, circunstancia que lo convirtió para la opinión pública en el abanderado de una identidad con la cual (es necesario aclarar) no nació.
Sería a partir de aquel primer clásico de 1928 y la dicotomía que los medios crearon (Blanquitos: U – Negros: Alianza) que estos pensamientos respecto al hinchaje y el color de piel se volvieron ley.  Mas si seguimos analizando la historia de este enfrentamiento y el devenir de ambos clubes, podemos darnos cuenta que la esta división socio-deportiva planteada hace más de 90 años perdió rápidamente validez objetiva, pero a pesar de ello sigue rondando nuestras subconscientes hasta el día de hoy, debido a la efectividad de los agentes de difusión ideológica mencionadas líneas arriba.
Ante esta situación, es más que necesario romper con la idea que las afirmaciones que hemos oído en la vida cotidiana han sentenciado especto a la carga étnica en el fanatismo por un equipo pues, si bien es cierto que el clásico rival posee mayoría de hinchas afroperuanos respecto a otros equipos, estos también llevan entre sus fieles a fanáticos negro, zambos, mulatos, etc. que acrecientan el nivel de afición de cada club y enriquecen la multiculturalidad en cada barra, factores presentes en la “U” pero que en algunas ocasiones han sido dejados de lado al momento de retratar la historia del equipo más grande del Perú.
Para romper con los paradigmas raciales que se nos han impuesto y que a la fecha continúan con cierta vigencia, solo basta con repasar la historia del club. Era el año 1933 y la Federación Universitaria de Fútbol se convertía en el Club Universitario de Deportes y se desligaba de todo vínculo con San Marcos para ejercer como una institución autónoma y de alcance nacional, algo que venían gestando desde antes del cambio de nombre con la inclusión de los hermanos Fernández. Fue así que los sectores populares pudieron tener acceso al equipo merengue, algo que le permitió a Félix Sayers entrar a la U y convertirse de esta manera en el primer afroperuano en vestirse de crema, en pleno auge del Rodillo blanquiazul. Por ser el primer jugador negro en ponerse la casaquilla de Universitario antes que la del rival de enfrente le valió muchas críticas por parte de la opinión pública y ataques dentro de la cancha, pero eso en vez de amilanarlo, le dieron mayor fortaleza para afianzarse como medio titular y salir campeón en 1934.   
Félix Sayers abrió sin proponérselo, una puerta para todos aquellos descendientes de la Diáspora Africana que quisieran integrar las filas de Universitario. Fue así como le sucedieron jugadores de la talla de Juan Honores, arquero ascopano campeón con la “U” y la selección nacional, Pablo Pasache figura crema y de Colo Colo, Jacinto Villalba, el internacional wing que paseara su fútbol por Argentina y Colombia, Maximiliano Huapaya, aguerrido mediocampista baluarte del primer bicampeonato crema, Walter Ormeño, otra figura internacional surgido de nuestro club y Rufino Valdivieso, recio defensa venido de Cañete, quienes en la década de 1940 se consagraban con títulos en tienda merengue y al mismo tiempo hacían frente al prejuicio étnico ya establecido en aquellos años.
Las décadas del 50 y 60 no harían más que seguir desestabilizando la idea que profesaba que un jugador negro no debía vestirse de crema pues aparecerían jugadores cuya tez no impediría que se convertirían en ídolos del club. Aquí tenemos al legendario Dimas Zegarra, el histórico arquero que defendiera por 14 años el arco merengue y que a la fecha es una leyenda viva del club, Segundo Guevara, goleador cusqueño que sucediera a “Lolo”, Ismael Soria, lateral derecho que vendría de Colombia directamente a jugar por la “U”, Joe Calderón y Germán Colunga, quienes eligieron reforzar al equipo antes que otros clubes, Humberto Arguedas, volante rimense que sería uno de los iniciadores de la época dorada del club, Alejandro “Pelé” Guzmán, ariete chinchano surgido de nuestras canteras que deleitaría a la hinchada de antaño con sus goles y aterrorizaría al compadre en los clásicos que disputó, Víctor “Kilo” Lobatón, puntero izquierdo chinchano al igual que Guzmán y que se convertiría en el amigo inseparable del gran “Pelé”, con quien aparte de dejar en alto el nombre de Chincha y campeonar con la crema en el pecho, fue asiduo visitante del barrio de Malambo en el Rimac, símbolo de la cultura afroperuana.
Otros distinguidos integrantes del plantel de Universitario de este periodo que pasarían a los años 70 fueron Enrique “Ronco” Rodríguez, recordado puntero que nos diera el triunfo en cancha de River en esa Copa del 67, Pedro Gonzales, el lateral derecho mundialista, Félix Salinas, corajudo defensor proveniente de Aucallama, otro bastión de la negritud peruana, Fernando Alva, padre de un recordado jugador como lo es Piero Alva, y cómo pasar por alto a uno de los símbolos de Universitario en toda su historia: Héctor Chumpitaz, capitán, baluarte, ídolo y figura distinguida de la “U”, quien defendiera con honores nuestra divisa y la camiseta de la selección peruana alcanzando logros con ambas escuadras. Luego vendrían otros estacados jugadores como David Zuluaga, “Pichicho” Benavides, Enrique Mendoza, Eduardo Rey Muñoz, Leo Rojas, el recordado Samuel Eugenio, Andrés “Balán” Gonzales, Jesús y Freddy Torrealva, Octavio Vidales, Ricardo Bravo, Eddy Carazas, Piero Alva, Gregorio Bernales y muchos otros jugadores que a lo largo del tiempo nos han demostrado que el color de piel no es un factor determinante al momento de elegir un equipo.
Pero el aporte afroperuano a Universitario no se limita únicamente al plantel de jugadores. Diversas áreas de la institución se han nutrido del trabajo incansable de ilustres personajes descendientes de congos, angolas y mandingas que al igual que los personajes ya mencionados, priorizaron el amor por el club que los entredichos de la gente. De esta manera, han defendido al club, desde sus respectivos espacios, personajes ilustres como Don Guillermo Apesteguía, guardián del estadio “Lolo Fernández”, Doña Margarita Arizaga, la cocinera oficial de la “U” por varias décadas, quien pese a ser tía de Teófilo Cubillas, expresó con firmeza su hinchaje por Universitario, Hermes Zolezzi, afamado utilero del club que ha acompañado a distintas generaciones de jugadores, quienes están completamente agradecidos con los servicios prestados al equipo del popular “Monito”. Y cómo olvidar que desde la tribuna también se ha podido hallar herencia afroperuana al servicio del club, pues es necesario sumar a esta amplia lista al “Negro Bam Bam” célebre integrante de la Trinchera Norte que en la década del 90 contribuyó a que esta barra popular se convierta en la más grande del Perú.
Por todo lo expuesto, queda claro que en estos días está de más ponerse a cuestionar el hinchaje de otros solo por sus facciones o su color, mucho menos en un club como la “U” que desde sus primeros años se encaminó a ser una institución que albergara a todas las sangres dentro de su inmensa hinchada, cosa que logró tanto en la cancha como en la tribuna. Nuestra historia así lo demuestra.

martes, 6 de agosto de 2019

Lado A y Lado B


Por Luis R. Carrera

El presente solsticio de invierno es quizá el más dinámico que hayamos podido vivir en los últimos tiempos. Una serie de eventos, unos agradables y otros desafortunados, se han ido sucediendo desde el mes de julio y las repercusiones de cada uno de ellos le ha dado un toque por demás particular al invierno 2019 en lo que respecta a nuestro alicaído, pero a la vez variopinto acontecer político. Esto se debe a que diversos hechos nos han permitido conocer más aspectos de los que creíamos saber en ambos terrenos, pues la eterna disputa entre Congreso y Ejecutivo, los descuidos de este poder estatal hacia el resto del país nos han brindado un sinfín de novedades que por un lado dieron inesperadas alegrías a la población, pero al mismo tiempo el sinsabor de que aún quedan cosas que no deben repetirse. Así fue que pudimos comprobar que la cosa a nivel de poderes del Estado tiene, cual casette noventero, su lado A y su lado B.

Lo primero con lo que nos llegamos a encontrar es la eterna pugna que el Ejecutivo y el Congreso vienen disputando desde que Pedro Pablo Kuczynski asumió el poder, para descontento del bloque fujimorista, el cual demostraría que la táctica de comprar votos en todas las regiones no había perdido vigencia desde el gobierno del reo Alberto y fue así como logró ganar la mayoría parlamentaria en el ya lejano 2016. Estas tensiones entre ambos poderes del Estado han sobrevivido un indulto humanitario, la renuncia de PPK, los destapes en la CNM, el caso Odebretch y todos sus coludidos, la anulación del indulto, el encarcelamiento de la hija del dictador y el suicidio del ladrón García, llegando a su punto culminante con la elección del flamante presidente del Parlamento:  Pedro Olaechea, un político de poca tradición que es reconocido más por abandonar la bancada que lo hizo famoso que por algún logro destacado, aunque su pasado en la CONFIEP ya nos va pintando la orientación de Pedrito en estas lides.

No se haría mayores conjeturas en torno a esta elección, pero una vez que se revisa qué bancadas le han dado su respaldo, el panorama vuelve a ensombrecerse, pues la lista por la que postuló estuvo conformada por la nueva agrupación Contigo (formada por PPkausas disidentes), más las 2 facciones del fujimorismo moderno. El triunfo de Olaechea trajo una felicidad indescriptible en Fuerza Popular, aún con mayoría parlamentaria pese a las deserciones, y un sentimiento de preocupación e indignación en el resto del país, sensaciones que mellaron más en la población coherente al ver que las primeras declaraciones del recientemente electo presidente sentenciaba con todo el orgullo del mundo que apoyaba una reducción del sueldo mínimo en vista de que según él, S/. 850 era mucho para las montañas y la sierra. No contento con este derroche de centralismo, pocos días después declaraba muy alegremente que la peluquería era el único lugar onde la mujer se sentía plena. Estos fraseos extraídos del Oncenio de Leguía, más su ya conocido vínculo con la tan tolerante gentita de “Con mis hijos no te metas”, solo nos hacen avizorar un mandato congresal poco más que terrorífico en más de un aspecto.

Pero no todo está perdido en estos días. Si hay alguien que ha sabido ingeniárselas para trollear al contingente fujimorista, ese ha sido Martín Vizcarra. Desde que se mandó con su proyecto de reforma política en su discurso por 28 del año pasado y a posterior concreción del referéndum que nos permitió expresar nuestro rechazo en bloque a la Fuerza N° 1 (César Hinostroza dixit), el otrora gobernador de Moquegua ha logrado hacerle el pare a la prepotencia naranja y de paso, ganarse el cariño de la gente pues ha podido canalizar este sentimiento popular de animadversión hacia el fujimorismo (además de tener presente que fue en su gobierno que se puso al descubierto la corrupción de los magistrados y se encarceló a políticos que todo el mundo quería ver tras las rejas) y le dio al pueblo lo que quiere ver: reformas y ataques mortales al fujimorismo. Y con este nuevo y sombrío panorama, Vizcarrita tenía la formula precisa para contratacar. 

Fue así que este 28 de julio, en medio de un discurso casi monótono y somnoliento, lanzó la pegada: la presentación de un nuevo proyecto, ahora de reforma constitucional, que señalaba adelantar las elecciones para el 2020, esto como respuesta a las intenciones del Parlamento de querer mantener la inmunidad parlamentaria, pese a haber sido ese punto rechazado por la ciudadanía en el referéndum de diciembre. Este proyecto, que significaría la partida del presidente y todos los congresistas antes del 2021, descuadrando de esta forma, todo intento de la oposición por aferrarse a un cargo que desde que lo asumió, le quedó grande. Por supuesto que Fuerza Popular y el APRA, su más fiel aliado, pusieron el grito en el cielo, al igual que algunas bancadas con menos historia e identidad que la San Martín en la Liga 1, tal fue el caso de Acción, Republicana, Contigo y alguno que oreo “independiente_” con ansias de poder. Pero Vizcarra, tribunero como él solo, sentenció su propuesta con un solemne “¡El Perú primero!” que le hizo merecedor del aplauso de buena parte del Congreso y de la población en general. Se esperan reacciones naranjas post berrinche por lo que aún no hay algo que celebrar, pero al menos queda el recuerdo de los rostros desencajados de Salaverry y todo el bloque naranja en estas últimas Fiestas Patrias.

Podría decirse que lo expuesto líneas arriba es la consagración del gobierno de turno frente a un grupo político que aprovecha su dominio del Parlamento para seguir estancando al país y por ende, el Perú resurge tras este triunfo de Vizcarra sobre el fujimorismo, pero eso sería volver a dejar de lado lo que ocurre fuera de Lima, donde la situación no está para celebraciones. Basta con recordar que este verano la comunidad de Fuerabamba de Apurimac protestó contra la empresa MMG Limited y el Ministerio de Transportes y Comunicaciones por la irregular posesión de una carretera comunal entre Cusco y Apurimac para transportar mineral que contaminaba la zona.

Sucedió que el consorcio Minerals and Metals Group (MMG), le compra el proyecto minero Las Bambas a Glencore Xtrata, y ya posesionada con esta adquisición, cambió la construcción del mineroducto previsto para en vez de ello, emplear la carretera de carácter comunal que inicia en el fundo Yavi Yavi y que era de uso de la comunidad de Fuerabamba, para transportar el mineral sin tanta complicación. Aunque la complicación llegaría de todos modos, pues se generaría un nivel de contaminación que afectaba directamente a la comunidad mencionada, atentando contra su área de trabajo y residencia. Fue por ello que, al no ser escuchados por las autoridades, la comunidad optó por tomar posesión de esta carretera en señal de protesta por los daños causados a su medio ambiente, la detención de sus asesores legales, además de señalar irregularidades por parte del gobierno al momento de emitir la autorización para el uso de la carretera que terminaron favoreciendo a la empresa. Esta medida de lucha tuvo una duración de casi 2 meses, tiempo en el que la población de Fuerabamba recibió tanto el apoyo de agrupaciones políticas y ecologistas, así como el reproche por distintos medios de comunicación  “líderes de opinión” que trataron de hacernos entender lo revoltosos y enemigos del progreso que eran los integrantes de la comunidad, así como lo mal que se ve que se ande causando alboroto, una mala imagen para la prensa, entre otras frases que a los fuleros de la CADE les gusta leer en las noticias.

Una situación similar ocurre ahora en la provincia de Islay. Resulta que desde el año 2009, la minera mexicana Southern Cooper Corporation planeó un proyecto de extracción de cobre en la provincia arequipeña mencionada a través de 2 yacimientos: La Tapada y Tía María. Es con este último yacimiento con el que se da el problema, pues para su funcionamiento se tiene pensado tomar el agua del río Tambo, hecho que involucra a la población de distintos valles cercanos que tienen como actividad principal la agricultura, la cual se verá afectada por la contaminación que se puede generar en las aguas de este río. Ya en 2011 hubo un primer levantamiento de la población en contra de este proyecto, acción que se vio respaldada por las 138 observaciones que la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (UNOPS) realizó al Estudio de Impacto Ambiental de la minera. Se redacta un nuevo EIA en 2013, el cual ya estaba caducando cuando el pasado 9 de julio, el Ministerio de Energía y Minas aprobó el proyecto.

Esta aprobación no ha hecho otra cosa que dar inicio a la tercera jornada de protestas por parte de la población (hubo la primera en 2011 y una siguiente en el 2015 con un saldo de 3 pobladores muertos), la misma que dio inicio la quincena de julio y que cuenta con el respaldo del presidente regional de Arequipa, quien ya tildó de traidor a Vizcarrita, el mismo que hoy es vanagloriado en Lima por dejar in palabras a la bancada fujimorista en su propia cancha (o sea el Parlamento) pero que más allá de eso, tiene una larga lista de pendientes en distintos sectores del Estado que tendría que agilizar si no quiere pasar del aplauso de la hinchada a las inclementes pifias en menos tiempo del que piensa, más aún cuando se sabe que Southern tiene antecedentes de contaminación ambiental en Moquegua y Tacna. Y, sobre todo, debe actuar con el mayor tacto posible ahora que se ha iniciado un paro en todo Arequipa en señal de respaldo a Islay, pues por más que los medios se cansen de anunciar el destino apocalíptico que le espera al país, Vizcarrita tiene que actuar sin guiarse de comentarios ni titulares alarmantes si quiere que el sur no se levante, como lo ha hecho tantas veces.

Como se ha podido apreciar, hay motivos para creer que las cosas pueden cambiar dentro de algunas instancias (el lado A de la coyuntura) como el Legislativo, hoy capturado por las huestes fujimoristas, pero lo que en el Congreso ocurra de nada servirá si es que las tensiones fuera de la capital (el lado B del actual contexto) se siguen prolongando en perjuicio del sector primario-exportador y las poblaciones sobre las que este rubro de la producción intenta ejercer. Todo dependerá de que el Ejecutivo preste más atención a las demandas del indómito sur en detrimento de la persistente agenda de la CONFIEP.








miércoles, 30 de enero de 2019

Sono Radio, aparta de mí este cover



Por Luis R. Carrera

Para nadie es un secreto que la producción musical se hunde cada día más en una eterna decadencia y la desarrollada en el Perú no podía ser la excepción. Lo comercial ha desplazado todo aspecto artístico y son los encargados de distribuir lo hecho en los estudios quienes deciden qué se difunde y qué no (Una suerte de Neoliberalismo en Fa sostenido). Esto no es una queja ni un lamento por las atrocidades del sistema que nos rige, pues es el contexto en el que nos manejamos y que lamentablemente nadie ha hecho algo realmente efectivo para contrarrestar sus efectos. Es solo una apreciación sobre cómo nuestro aporte artístico se ve afectado en estos tiempos.

A lo largo de los años, el Perú ha desarrollado una serie de condiciones para brillar con luz propia en lo que a música se refiere. Desde aquellos pobladores de Caral que tuvieron la idea de fabricar y soplar unas flautas de hueso hasta los cuartetos urbanos que improvisan rimas desde el último cambio de década, esta tierra bendita ha sido un espacio de producción y creatividad constante en muchos ámbitos de la vida, entre ellos la música, aspecto en el que me voy a enfocar.




Principalmente en el siglo pasado, artistas nacionales recibieron la influencia de lo creado en otras tierras. Estos ritmos foráneos eran asimilados por distintos músicos peruanos que inmediatamente ponían de lo suyo para darle a los acordes aprehendidos una identidad propia. Ocurrió con las distintas sonoras influenciadas por la Matancera cubana, con los rockeros de garaje que le dieron nuevas esencias a lo traído de Occidente, con los grupos setenteros que pusieron el toque nacional a la cumbia colombiana, lo mismo que con las agrupaciones salseras que consumieron lo elaborado en Puerto Rico y Nueva York. Todos ellos tomaron como ejemplo lo de afuera y le darían un estilo propio que, por más que se oyeran arreglos que obviamente no eran de aquí, el público identificaba el toque blanquirrojo en cada arpegio ejecutado.




La salsa, como ya se ha mencionado, no estuvo exenta de esta asimilación artística. De ahí que un Alfredito Linares, un Aníbal López, un Melcochita, una Sociedad de Barranco y hasta un Camagüey nos hicieran pasar buenos momento apreciando soneos y descargas que aparte del vacilón respectivo, nos daban la oportunidad de sentirnos identificados con temas que tomábamos como nuestros, actitud que nos dejaba un carácter emancipatorio como el que tuvieron los hijos de migrantes boricuas que dieron forma a la salsa en las calles de New York.



Para desgracia de todos, este panorama tan reconfortante y alentador se ha ido desvaneciendo durante la presente década. Como se dijo al inicio, el sistema que nos rige en estos días se mantiene gracias a individuos que poco o nada les importa mantener una identidad o representatividad de la población en general. La venta y ganancia a los mayores niveles posibles son los únicos objetivos que el libre mercado ha impuesto y el mundo de la música ha tomado la directiva de la mejor manera. Para no ir tan lejos: esta dinámica comercial ha aniquilado la capacidad creadora de Shakira y Carlos Vives y en el caso de la salsa, este ritmo está cada día más unido al reguetón, género que se ha prestado con facilidad a la proliferación de limitantes creativas, que hoy imperan cómodamente en el espectro musical.

No es malo pensar en una estrategia de venta o dirigirse a un público en particular tras un estudio de mercado previo, pero si esto implica anular por completo la creatividad del artista, la situación pasa a ser un problema. Es el caso de la salsa en el Perú, pues en los últimos años de la década en curso, hemos notado que los representantes de este género en el país han dejado de hacer algo nuevo para sus seguidores. Los salseros nacionales de estos tiempos únicamente se han limitado en repetir un tema conocido tal cual fue escrito en su momento, reduciendo el toque peruano a un par de guapeos sacados de la salsa cubana que ayuden a identificar al cantante de turno.



Para comprobar lo mencionado, basta con encender una radio y sintonizar emisoras como Panamericana o Radiomar para tener toda una variedad de ejemplos que sustenten el reciente problema, ejemplos que se traducen en cantantes y orquestas. Vemos cómo un grupo que se hace llamar La resistencia salsera del Callao, tras un indescifrable nombre, no se cansa de grabar homenajes a más no poder, posponiendo cada día más un estreno propio. Notamos también a una Yahaira Plascencia, pintoresca muchacha que haga lo que haga, jamás será una digna representante del Rimac. Desde Huacho llega César Vega, talentoso sonero que desperdicia su talento en covers, del mismo modo en que lo hace la Resistencia salsera. 



Pero quien destaca por sobre los demás en esta dinámica es el afamado Josimar, quien con su Yambú cargado de Copyright se ha dedicado todo este tiempo a buscar distintos métodos de versionar salsas, cumbias, baladas y bachatas sin importarle que un considerable sector de la audiencia esta cerca de considerarlo el César Acuña de la salsa. Muy por el contrario, ha decidido denominar como “Salsa perucha” a toda esta retahíla de éxitos ajenos, algo que ha motivado a todos los salseros involucrados a considerar como propios los temas versionados que presentan en “La Casa de la salsa” o algún otro espacio en donde los contraten.



Esta situación me preocupó al ver que desde el 2015 en adelante la dinámica se agravaba pues hasta ese año consideraba a Bareto como los únicos exponentes del cover constante en la música peruana. Grande fue mi sorpresa al notar que, para estos días, la producción musical peruana ha impulsado el cover más allá de la salsa o la fusión. La cumbia, nuestro último bastión de originalidad para público a gran escala, ha sucumbido ante esta costumbre de producir covers al menor descuido. Si bien se siguen creando canciones en este género, no podemos pasar por alto los homenajes de Corazón Serrano o cualquier orquesta manejada por un Yaipén a la cumbia de antaño, cosa que en un primer momento no está mal, pues por último, todo artista en algún momento ha utilizado este recurso pero, de todos modos se corre el riesgo de caer en la misma inercia por la que atraviesa nuestra salsa e incluso el rock en algunos pasajes, pues si esta práctica se mantuviese también en este ritmo, muchos fanáticos podrían llegar a creer que “Viento” o “Eres mentirosa” fueron escritas hace un par de años.



Pero no todo es culpa de los intérpretes, claro está, pues ellos no tienen la última palabra al momento de publicitar lo grabado. Aquí es que entran a tallar los empresarios musicales quienes, completa y gustosamente adoctrinados por el Mercado, solo ven con buenos ojos aquello que les pueda generar la mayor ganancia posible, y qué mejor elemento para ello que la recreación de temas exitosos de hace 30 años. Estos inescrupulosos seres junto con los dueños de discotecas y establecimientos semejantes han extirpado de sus respectivas consciencias todo rastro de valoración por el ingenio y creatividad artística para dar paso a lo seguro y beneficioso para sus bolsillos. 



Este círculo vicioso se cierra con la complicidad de las radios de Frecuencia Modulada que solo se limitan a difundir lo que vende sin tener reparo en ver si habría alguna manera de romper con esta cadena. Son estas algunas de las razones por las cuales no se promociona a ninguna agrupación salsera con repertorio propio desde el N’Samble del 2011 y muy por el contrario, no se presta atención a un Sabor y Control que no se cansa de dar muestras de creatividad constante o se excluye a un Ray Callao que sería valorado en cualquier otro mercado o estudio. De igual modo ocurre con la cumbia, donde solo se permite el contenido nuevo si es que las canciones tratan sobre relaciones triviales u hombres “pisados” y sobre todo, si estas canciones son interpretadas por cantantes vinculados a la farándula local. Porque sí, la televisión peruana también cumple un rol en este aniquilamiento masivo de creatividad.


Por todo lo dicho, no queda más que iniciar una búsqueda por cuenta propia de propuestas que realmente aporten al desarrollo de la música en el país, pues hoy más que nunca necesitamos recuperar la esencia de una identidad propia en todos los aspectos. Solo así podremos tener la seguridad que el arte local podrá prevalecer como lo hizo en otros tiempos y de esa manera dejaremos de creer que lo que se tiene que imponer en este aspecto son los conciertos de Josimar cantando éxitos popularizados antes que el Fujishock. Y de paso, quedará esperar que al menos se siga cumpliendo con los pagos por los derechoss de autor y luego de ello, confiar en que en algún momento se decidirá por dar paso a las nuevas composiciones para alegría del público y sobre todo, de los propios encargados de la difusión artística pues ya no habría tanto gasto innecesario por los derchos mencionados. Solo así se podrá creer que es posible volver a los tiempos gloriosos de MAG o Sono Radio y así, recuperar aunque sea un cachito de fe en la humanidad.