Por Luis R. Carrera
Era un muchachito de 14 años cuando ya se encontraba alejado de su natal Chincha y se buscaba la vida como recogebolas en el “Lolo” Fernández. Eran los últimos años de la década del 50 cuando aquel joven aprovechaba su estadía en el viejo estadio de madera para darse el gusto de ver en acción a Jacinto Villalba, Manuel Márquez, los hermanos Ruiz, René Gutiérrez y compañía. Por ese entonces ya se había convertido sin querer en el primer comensal de Margarita Arizaga, la recordada cocinera del club, y soñaba con lucir algún día la camiseta crema en el gramado de Odriozola, como lo hacían sus ídolos. No pasaría mucho tiempo para que pudiese cumplir ese sueño pues el Dr. Jorge Alva, luego de verlo jugar en un entrenamiento merengue, pidió que lo promuevan a la reserva pues se dio cuenta del potencial que el chiquillo tenía para el deporte rey. Aquel chiquillo que tuvo que comenzar realmente desde abajo no era otro que el recordado Víctor Lobatón, puntero izquierdo merengue de la década del sesenta.
No
se equivocó el Dr. Alva al tomar esa decisión pues rápidamente “Kilo”, como se
le conociera en el medio, dio muestra de la habilidad que no podía mostrar
cuando recién llegó a Breña y al poco tiempo ya era titular indiscutible por la
punta izquierda de la reserva merengue. Por tal motivo, en 1964 fue tomado en
cuenta para el seleccionado juvenil que disputaría el Sudamericano en Lima
clasificatorio a las Olimpiadas de Tokio y fue precisamente en ese torneo donde
se dio la jugada que lo marcaría para siempre. En uno de los últimos
encuentros, Argentina derrotaba al combinado peruano por 0 -1 y en un ataque
nacional, “Kilo” logra vencer la valla de Cejas y empata el partido para
alegría de las 50 mil personas que asistieron ese 24 de mayo de 1964.
Lamentablemente, el uruguayo Ángel Eduardo Pazos anula la conquista y luego de
ello ocurrieron los hechos conocidos por todos. Es a partir de esa jugada que
Lobatón sería recordado como aquel a quien le anularon el gol en la tragedia
del Nacional.
Paralelamente, ya había sido promovido al primer equipo crema dirigido por aquel
entonces por Marcos Calderón. En ese plantel, peleó el puesto de puntero
izquierdo con otro célebre jugador de la época: Enrique “Ronco" Rodríguez. Con
él desarrolló una sana competencia por el titularato que no hizo más que
mejorar la calidad de cada uno en beneficio del equipo, el cual contaba por ese entonces con una delantera de lujo en donde resaltaron los nombres de Ángel
Uribe, Víctor Calatayud, Alejandro “Pelé” Guzmán, Luis Zavala, entre muchos otros que dieron
un gran aporte para las gloriosas campañas de aquella década.
Lobatón
logró hacer gala de su mejor juego durante el bicampeonato de 1966-1967 ya que
Universitario no solo disputó el naciente Descentralizado sino que además, jugó
las ediciones de la Copa Libertadores de esos años. Destaca sobre todo la del 67 en la cual demostró que más allá de su despliegue por la banda
izquierda, en donde mostró un juego que combinaba picardía con velocidad,
podía ser un extremo que pisaba el área. Llegó a marcar goles importantes en
esa Copa entre los que destacan el que le marcó al Cruzeiro de Tostao y Dirceu
Lopes y el que decretó el triunfo sobre Colo Colo en el propio Santiago. Estas campañas lo permitieron además ser convocado a la selección nacional.
Pero no todo fue alegría
en sus años con camiseta crema. Por su color de piel, fue una víctima constante del racismo
proveniente de las tribunas en sus primeros años como jugador, despreciable
actitud que por desgracia se mantiene vigente hasta nuestros días.
Afortunadamente “Kilo” no se echó para atrás ante estos ataques y continuó
haciendo lo suyo, convirtiéndose en pieza importante del esquema del “Chueco”
en la “U” de aquella década, equipo en el que jugó hasta 1968, año en que
volvió a destacar en la Libertadores anotándole a Estudiantes de La Plata, equipo que a la postre sería el campeón, sumando un total de 6 goles en dicho certamen internacional; cifra por demás considerable para un wing izquierdo.
No
sería sino hasta 1972 que volvería a las primeras planas. Por aquel tiempo
había fichado por el Atlético Chalaco dirigido por “Toto” Terry que ese año se
hallaba en la Segunda División. Una vez más su aporte fue fundamental ya que se
convirtió en uno de los baluartes del León Porteño que alcanzaría el título de
la Segunda y por ende, su retorno a Primera luego de 11 años. En aquel cuadro del primer puerto compartió camerinos con viejos conocidos como Nicolás Fuentes y Enrique Casaretto, además del gran Julio Meléndez. Se mantuvo
en el equipo y pese a que se vio forzado a hacer un alto a mediados de la temporada
1973 por una lesión al cráneo, continuó siendo figura del Chalaco aunque con algunas secuelas de aquel accidente . Dejaría el
fútbol a mediados de los setenta aproximadamente.
En
la década siguiente volvería a destacar, pero ahora desde el banco. En 1985 se
convirtió en el técnico del Octavio Espinoza de Ica que había vuelto a Primera
gracias a los controversiales Regionales de esos años. El flamante técnico forjó desde su llegada al equipo iqueño que en 1988 realizaría su mejor campaña
en el torneo peruano.
Lamentablemente,
a mediados de aquel 1988 tuvo que dejar el club por problemas de salud que lo
venían aquejando. El ex jugador merengue y ahora entrenador del Solitario del
Sur nunca se recuperó de esos males y falleció el 9 de agosto de 1990.
Al cumplirse hoy un año más de su partida, que
estas líneas sirvan para recordar a un jugador que empezó de la nada y a base de esfuerzo pudo hacerse de un nombre en la historia de hasta 3 clubes de tradición en
el fútbol peruano. Hasta siempre “Kilo” Lobatón.