martes, 10 de noviembre de 2015

El valiente de Jirón Huanta



Por Luis R. Carrera

Aún con algunos dolores por las balas en su columna, sale nuevamente por La Cachina y alrededores a vender lo más que pueda de su caja de golosinas, elemento que más que su medio de trabajo se ha convertido en un aliado estos últimos años. El contacto con la gente y el acrecentar de vez en cuando sus ventas le ayudan a levantar el ánimo en estos tiempos difíciles, lo que le ayuda a tomar con menos resignación el saber que no puede levantarse de esa silla de ruedas en la cual se halla desde aquella matanza que si bien no le quitó la vida, se la cambió por completo aquella noche.
Ese hombre que ahora se apresura en vender sus galletas y caramelos y por mucho tiempo clamó justicia es nada menos que Tomás Livias Ortega, sobreviviente de aquella pollada en Barrios Altos que significó la muerte de inocentes que pagaron las consecuencias de un supuesto error de ubicación por parte de paramilitares que respondían por aquel entonces a un gobierno que aunque estando en ciernes, ya daba visos de lo que podía ser capaz desde la interna. Fue sin duda Tomás uno de los más afectados de tal barbarie pues no solo quedó paraplégico de por vida sino que además perdió a su esposa, quien fue una de las víctimas que padecieron por obra y gracia de un plan elaborado en rincones más recónditos del fenecido (esperemos que para siempre) SIN para combatir el terrorismo sin confirmar su afiliación a Sendero Luminoso ni mucho menos considerar el entorno porque claro, si uno era “terruco” todos los que lo rodeaban debían serlo. Curiosa lógica la de Martin Rivas y compañía.



Desde aquel fatídico 3 de noviembre de 1991 la vida no fue la misma para Livias. Postrado en una silla de ruedas al no podérsele extirpar las balas que impactaron su columna, tuvo que hallar por cuenta propia un medio alternativo para subsistir al ya no poder ejercer como heladero. A ellos se suma la indignación en la que se sumió junto con los otros sobrevivientes al saber que el crimen quedaría impune pese a las denuncias e investigaciones que ya se habían abierto para esclarecer la masacre. No se contaba con que en los años siguientes al autogolpe de 1992, lo poco que se había investigado se juntaría como un pendiente, y nada más que eso, al lado de los expedientes de La Cantuta, Ernesto Castillo Páez, los sobrantes de las denuncias por El Frontón que el APRA olvidó eliminar y un par de hojas del caso del “Monstruo de Armendáriz”. Casi nada.
El buen Tomás, pese a todo, intentó sobreponerse a los dolores que le causaban la falta de medicinas, la pobreza a la antaño lo complicaba y a la que ahora parecía condenado y salía a las calles a vender, cambiando por razones de fuerza mayor, su viejo carrito amarillo, el mismo que lo acompañó por 13 años, por una silla que terminó por convertirse en una de las pocas pertenencias que podía poseer. Por desgracia, el poco aliento que recobraba en cada venta se desvanecía cada vez que acudía a un tribunal a denunciar los hechos, pues la Ley de Amnistía terminaba por diluir toda esperanza de justicia por parte de los deudos y afectados de la matanza, entre los que destacaba la figura del buen Tomás, amparando a los culpables del delito. Fue así que desde su silla terminó por tomar la resignación como parte de su vida cotidiana. La soga se rompe por lo más delgado, sentencia un refrán del tiempo.



Con todos estos problemas, trató de seguir con su vida vendiendo sus golosinas para así conseguir al menos una parte de las medicinas que necesitaba. Ya bastante tenía con el dolor de no poder hacer justicia para que además tenga que soportar el dolor que le ocasionaban las balas en su interior. Paralelamente, se veía obligado a prepararse no solo con argumentos, sino también emocionalmente cada vez que tenía que volver a los tribunales, ya que una vez instalado en la sala, había que hacer frente a las humillaciones que la defensa de los criminales le hacía por lo bajo debido su minusvalía y a las amenazas por parte de este sector para que no siga declarando, cosa que no lo atemorizaba pero que acrecentaba su malestar hacia la dictadura fujimorista. Estas dos actividades, el vender su producto y el defenderse de la bajeza de los abanderados de la impunidad, se convirtieron por más de una década en la rutina que lo sumió en constantes depresiones, las que aparecían de improvisto en su vida en cada evocación suya de sus amigos y su esposa, asesinados en aquella fatídica reunión en Jirón Huanta.



El paso del tiempo fue trayendo noticias reconfortantes tras años de sufrimiento y con ellas pudo ver una luz de esperanza tras años de ardua lucha. A partir de las investigaciones de la CVR, diversos organismos nacionales e internacionales decidieron hacerse cargo del inconcluso caso y fue así como se volvió a tener en cuenta que un grupo de deudos llevaban mucho tiempo anhelando justicia. La detención y posterior apresamiento de Alberto Fujimori terminó por facilitar las cosas, para beneficio del mencionado y el resto de involucrados. Fue así que en abril del 2009, APRODEH salió en su defensa en los tribunales y pese a los manotazos de ahogado de César Nakasaki, se pudo hacer justicia tras casi 18 años de espera. Se dictó la histórica sentencia y Alberto Fujimori fue condenado a 25 años por los crímenes de La Cantuta, Barrios Altos y los Sótanos del Servicio de Inteligencia. Aquel día Tomás sonrió como no lo hacía desde que se divertía con sus colegas en la pollada momentos antes del abrupto ingreso de “Colina”.




Aún con algunos dolores por las balas en su columna, mucho menores que los sufridos en el pasado gracias al apoyo de la Cruz Roja Internacional, Tomás Livias sale a las calles a vender la mercancía de siempre con un semblante distinto al de hace una década. Es consciente de que esa silla de ruedas será su fiel aliada hasta el final de sus días pero eso ya no le afecta como antes. Hoy se respira un clima distinto, libre de humillaciones y amenazas para él pues Martin Rivas completa hoy la triada de condenados por los crímenes ya mencionados (Montesinos no debe pasar desapercibido en este recuento), además de otros tantos implicados, lo que le da algo más de paz a la vida del ex heladero quien si bien no ha logrado salir de la precaria situación en la que ha vivido todo este tiempo, puede continuar con su derrotero teniendo la certeza que aquellos que perjudicaron su vida y la de muchos otros, se encuentran donde deben estar.  




Referencias



5 comentarios:

  1. Fascinante artículo. Nos ayuda a recordar que quienes sufrieron los peores vejámenes pertenecen a nuestra comunidad.
    Por otro lado, aún me intriga saber cómo se justificó la infame ley de amnistía promulgada en los años 1990.

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  2. Wow,un día como hoy. Buena publicación que nos hace recordar y analizar como sucitaron las cosas en épocas anteripres para las nuevas generaciones.

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  3. Quien mal anda...
    Mal acaba

    Dime con quien andas
    Y te diré quién eres

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  4. Muy bueno. Es que los eventos históricos dejan protagonistas también, y olvidarlos es olvidar la historia.

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