jueves, 14 de mayo de 2020

Un duelo de caballeros

 


Por Luis R. Carrera

El Rimac, otrora barrio de Abajo el Puente, el primer asentamiento de la ciudad fuera del Centro Histórico tras la fundación colonial de Lima, es sin duda alguna un espacio tradicional por excelencia de la capital peruana. Diversos personajes y acontecimientos claves en la historia peruana se han tenido participación en este humilde reducto localizado en la margen derecha del Río Hablador, tanto en épocas prehispánicas, coloniales, como republicanas. Cuna del criollismo, la arquitectura virreinal, la negritud peruana y la lucha obrera, el amado barrio bajopontino nunca dejará de ser un referente del devenir capitalino pese a su complicado presente plagado de incertidumbre, irregularidades y autoridades que malversan bonos y donaciones. Las historias que el otrora Arrabal de San Lázaro nunca perderán el grado de epicidad adquirido con el paso del tiempo, por lo que lo que aquí se va a narrar entra perfectamente en este universo de relatos de antología.

Malambo, epicentro de la fulería


Menciono líneas arriba el carácter criollo, virreinal y afroperuano que da forma al distrito del Rimac y son justamente estos componentes los que moldean el relato que aquí se va a desarrollar, el mismo que tuvo su origen en un espacio del territorio bajopontino determinante en muchos episodios de su historia: Malambo. El espacio que en el siglo XVI fuera un depósito de esclavos adornado con muchos ejemplares de un árbol medicinal que dio nombre al sitio, fue cobrando considerable importancia con el paso del tiempo pese a su condición de zona marginal en la 3 veces coronada villa pues al ser cobijo de esclavos en tiempos coloniales, se consolidó como un bastión de identidad negra en donde se forjaron desde expresiones artísticas que marcarían la pauta del folklore limeño hasta las bases de la lucha obrera a inicios del siglo XX, pasando por relatos fantasiosos que narran la estadía de legendarios bandoleros en sus callejones y un fundamental aporte al fútbol peruano en sus albores pues aquí nacieron el Sport Inca y el Sport Progreso, clubes obreros que pasaron a la historia del deporte nacional al consagrarse en los tiempos del Escudo Dewar. Son todos estos elementos lo que convirtieron al barrio de Malambo en un área determinante en la historia de la capital, aunque nunca dejó de ser un lugar excluido del desarrollo de la ciudad a pesar de hallarse a escasos metro del Centro Histórico, pues sus orígenes marginales marcaron para siempre a este rincón de Abajo el Puente. Por tal motivo, la pobreza, la propagación de enfermedades como la tifoidea (en especial en los niños) y la delincuencia fueron males que estuvieron presentes al momento del desarrollo de la historia que da vida a este relato, ocurrida en la década de 1910.

Dificultades abajo el puente


La delincuencia era una constante en territorio rimense, tal y como lo es ahora. Como todo territorio con áreas consideradas marginales, el descuido por parte de las autoridades permite a quienes optan por actuar al margen de la ley operar con toda tranquilidad y gobernar calles y barrios sin necesidad de haber sido nombrado. Esta situación se daba en toda la periferia al Centro de Lima y muchos de los espacios tomados por delincuentes de aquella época aún siguen siendo zonas de alta peligrosidad en nuestros días. Y el barrio bajopontino, con sus callejones y sus áreas excluidas del progreso del Centro Histórico, se convertía en el lugar perfecto para desenvolverse fuera de la supervisión policial o municipal, siendo los impulsores de este viraje en el accionar aquellos que se hallaban excluidos de los patrones de ciudadanía que dictaba la norma por esos tiempos, aquellos que no habían tenido acceso a una educación de calidad o separados de cualquier trabajo formal por el lugar el que viven o su color de piel, vetos sociales que poco a poco los fue direccionando en su búsqueda de alguna forma de subsistir. De este grupo de marginados hubo quienes buscaron ganarse la vida como artesanos, ambulantes, dueños de pulperías o como obreros en las fábricas textiles del barrio; pero hubo otros que optaron por tomar de alguna forma aquello que consideraban que les pertenecía sin necesidad de vender producto alguno o pasar su vida en una fábrica, pasando a formar parte del peligroso mundo del hampa. De esta manera, fue el propio abandono de dirigentes o funcionarios lo que por esos años llevó a muchos habitantes de barrios populosos a actuar en contra de lo establecido, por necesidad en algunos casos y en otros, por “vocación”.

Esta forma de actuar no era algo reciente. Durante el virreinato, los cimarrones (esclavos fugitivos) se vieron en la necesidad de levantar aldeas clandestinas a las afueras de la Ciudad de los Reyes y asaltar a todo hispano o criollo que vean por su refugio, pues de no hacerlo, serían descubiertos y llevados de vuelta a la ciudad que los consideraba menos que animales y los excluía de toda forma de progreso (motivaciones similares las que se tienen en ambos casos). Con los años, esos cimarrones pasaron a ser bandoleros a caballo y para el comienzo del siglo XX ya eran integrantes de pandillas comandadas por un líder al que llamaban “faite” (vocablo producto de una mala pronunciación del término inglés fighter) que comandaba al grupo, dominaba un determinado barrio y llegaba a ganarse el respeto los vecinos, por ir en contra de aquellos que lo tenían todo. Era la población negra de Lima la que por lo general lideraba este barullo, la misma población que siglos atrás fue cimarrona y posteriormente bandolera, lo que es una clara evidencia de que a pesar de que la esclavitud fue abolida en 1854, el siglo XX iniciaba con el mismo nivel de racismo y exclusión que en el tiempo en que se usaba la carimba. De igual forma se les unía población andina y mestiza que también se veía con imposiciones limitantes para progresar. En respuesta, tanto los pudientes del otro lado del río Rimac como los hacendados de Muñoz, Palomares o Piedra Liza, amenazados por la presencia de estos “faites” y sus aliados, señalaban a estos individuos como “gente de los bajos fondos” mientras las autoridades seguían sin hacer algo por cambiar realmente esta situación. Malambo, por supuesto, era el escenario por excelencia de esta dinámica.

Los bravos del barrio


De todo este conglomerado marginal, quedaron en el recuerdo las figuras de 2 de estos llamados “faites” que en el año 1915 protagonizaron un hecho particular en la Lima aislada. La historia tiene inicio en el barrio de Malambo (sí, otra vez Malambo), en donde alcanzaron fama 2 personajes de antaño. Por un lado tenemos a Emilio Willman, mulato bajopontino conocido como “Carita de cielo”, apodo que se ganó durante su niñez en Malambo que el propio Willman cambió a "Carita” cuando creció. En Malambo tenía fama de ser un tipo elegante, de buen verso y aptitudes para el baile, aunque también era un delincuente que buscaba hacerse de un nombre en el mundo del hampa. Por otro lado, estaba Cipriano Moreno, negro también de Malambo conocido con el sobrenombre de “Tirifilo”, afamado delincuente de inicios de siglo XX que era respetado y al mismo tiempo temido por la gente de este barrio. Se trataba de un hampón que, si bien era de los más rankeados en la Lima marginal, era también soplón de la Guardia Civil, lo que lo volvió en un personaje odiado por otros hampones de ese entonces. Contaba además con el apoyo de la guardia de seguridad del primer gobierno de Augusto B. Leguía, quienes le permitían ejercer un rol de verdugo y torturador porque la autoridad no podrá poner freno al avance de la delincuencia, pero sí es capaz de tranzar con los cabecillas. Fue así como “Tirifilo” pudo deshacerse de muchos contrincantes que pudieron significarle una seria competencia en el mundo delincuencial.

“Tirifilo” sabía de la existencia de “Carita” y sus pretenciones de ser “faite” y lo despreciaba por considerarlo alguien inferior a él, al punto de referirse a “Carita” como un “esmirriado don nadie” de quien no esperaba nada. Cada quien seguía delinquiendo por su cuenta hasta que un día se inició el conflicto. “Carita” empezó pretender a Teresa, alias “La Pantera”, famosa meretriz de Abajo El Puente que tenía un vínculo muy fuerte con Cipriano, quien al saber del asedio de Willman y que Teresa lo estaba prefiriendo a este, se valió de sus contactos en la Policía para meter preso al contendor. Al poco tiempo, “Carita” fue liberado y al descubrir la causa de su encierro fue directamente contra “Tirifilo”, a quien retó a duelo. Testigos de aquel momento vieron con asombro el atrevimiento del aspirante a “faite” pero de todos modos vaticinaron un triunfo seguro del experimentado hampón.


El duelo fue una práctica de épocas antiguas con la que se buscaba reparar el honor mancillado y era una costumbre exclusiva de caballeros o miembros de la élite. Por esta razón es que el enfrentamiento entre “Carita” y “Tirifilo” se trató de un lance fuera de serie, al ser la primera vez que individuos integrantes de los estratos bajos de la sociedad limeña iban a llevar a cabo un enfrentamiento de tamaña categoría. Fue así como el 2 de mayo de 1915, en la margen derecha del río Rimac sobre una zona que  conocida como Tajamar, muy cerca de Malambo en la que años después se erigiría el Barrio Obrero N° 2 (ubicado en el actual cruce del Jr. Virú con el Puente Santa Rosa), ambos contrincantes se batieron a duelo, con puñales como el arma escogida. No hubo padrinos como se solía hacer, pero sí muchos curiosos e hinchas improvisados. Durante la pelea, se notó en todo momento la sobradez de “Tirifilo”, experto en el manejo del arma blanca, quien llegó a marcar el rostro de “Carita”. Este se repuso y siguió la pelea hasta que, en un momento, esquivó un nuevo ataque del “faite”, quien por la fuerza con la que se lanzó tropezó y cayó sobre las piedras, hecho aprovechado por el retador para fulminar al experimentado de una puñalada certera. “Tirifilo” había caído a manos de quien siempre menospreció en una épica batalla que tuvo al añejo río como testigo de un nuevo hecho que quedaría para la historia.


Legado para la posteridad

Fue tan divulgado este duelo entre marginales que personajes célebres de nuestra historia cubrieron las incidencias del hecho. José Carlos Mariátegui (en el mismo año 1915) y luego Ciro Alegría (en 1953), instituciones de las letras en el Perú que dedicaron parte de su trabajo a la difusión y reivindicación de este acontecimiento, llegando el gran José Carlos a entrevistar al triunfador del duelo mientras era atendido en un hospital para luego publicar el relato en la célebre revista Variedades. “Carita” sería apresado al recuperarse, pero ya para ese entonces su gesta se había convertido en leyenda, la misma que fue inmortalizada en el cuento “Duelo de caballeros” de Alegría, estrenado en 1953, en donde nos narra la historia del reto de "Carita" hacia Tirifilo por una ofensa de este hacia su madre, inmortalizando de esta manera una bronca de “faites” malambinos en la literatura peruana.


Pero no solo en  libros y revistas fue plasmada esta pelea. La música criolla, símbolo de la cultura capitalina, también puso de su parte en la transición de ambos personajes de "faites" a leyendas, protagonistas de una contienda que según lo que marcaban las pautas de la estratificación limeña de aquel entonces, debía quedar en el olvido. Así, la composición de valses como “Sangre criolla” y “La muerte de Tirifilo” nos harán recordar por siempre aquel suceso centenario, más centenario que la creación política del distrito en el que los duelistas se formaron. Y si alguna duda aún existía en nuestros tiempos sobre el recuerdo de la épica batalla, en el año 2014 el director Luis Sandoval levantó la obra teatral “Duelo en Malambo”, puesta en escena ideada por el gran Rafael Santa Cruz quien lamentablemente no pudo apreciar el resultado final de su proyecto, pero todos le reconocemos el haber tenido la iniciativa de trasladar aquel hecho de antaño a los nuevos tiempos. Y qué mejor forma de homenajear al Rafael que llevando su obra al Festival de Artes Escénicas de Lima como se hizo en aquel 2014, al mismo tiempo que fue escenificada en la Plazuela de Presa en el Rimac para deleite del público que hoy reside en lo que alguna vez fuera el mítico Malambo, hoy convertido en la Av. Francisco Pizarro. Nuevamente el barrio bajopontino sumaba un acontecimiento de antología en la historia de la ciudad.



Referencias



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