viernes, 1 de mayo de 2020

Cuando la lucha bajó el puente: El Rimac y el movimiento obrero en los albores del siglo XX



Por Luis R. Carrera

El distrito del Rimac ha cumplido 100 años algunos meses atrás. Por tal motivo, es necesario repasar la historia de este sector de la ciudad por haber sido en michos pasajes de la historia limeña un espacio de trascendencia para la 3 veces coronada. Y siendo hoy el Día del trabajador, qué mejor manera de difundir la historia rimense que destacando el tiempo en que la lucha obrera anduvo en su apogeo (los albores del siglo XX para mayor precisión), tiempo en el que el Barrio de Abajo el Puente fue privilegiado escenario de aquel episodio clave de la historia del país.

Contexto

Los primeros años del siglo XX estuvieron marcados por la presencia de una población multiétnica que compartía espacios en común y desempeñaba diversos oficios alrededor de la, por ese entonces, poca extensión de la ciudad, en el caso de Lima. Fuera de ella teníamos haciendas instaladas en varios departamentos del país (azucareras en la costa norte, algodoneras al sur de Lima y agrícolas por el ande y sur del Perú, además de las provincias próximas a la capital) dedicadas a la agroexportación que se valían del trabajo de campesinos a quienes se les había inculcado que el ser explotados y humillados por sus patrones era lo más normal de este mundo. Junto a las haciendas, la extracción minera y la construcción de vías eran otros mecanismos de explotación que parecían no tener arreglo. Mientras tanto, la selva era invadida por codiciosos empresarios que sin importarle lo importante que era la región ni quiénes vivían ahí, dañaban distintas especies de árboles para obtener el preciado caucho, nuestra nueva oportunidad de enriquecer al país, aunque quienes realmente intervenían en la extracción eran los pueblos amazónicos sometidos a una nueva modalidad de esclavitud en beneficio de unos pocos. Todo este panorama se hallaba bajo el mando de una oligarquía que, con el fin de generar riqueza y estabilidad, pasaba por alto el abuso en haciendas, minas, construcción de vías y bosques amazónicos para no generar problemas a la extracción. Este mismo grupo de poder venía al mismo tiempo entregándose en cuerpo y alma al capital inglés y reforzando estereotipos raciales que eran reproducidos por los sectores populares. La República Aristocrática se hacía dueña de nuestro imaginario.


Dentro de este contexto tan alentador, la elaboración de productos a gran escala venía imponiéndose alrededor del país por sobre otras formas de trabajo, siendo Lima un espacio en que avanzó de forma acelerada. Este sistema venía desarrollándose desde las últimas décadas del siglo XIX y sería nuestro querido Rimac (que al iniciar el siglo XX aún se le conocía como el Arrabal de San Lázaro) uno de los lugares escogidos para contribuir al avance de esta nueva forma de trabajo.

Avances abajo el puente


Al inicio de los años 1900, la producción en serie ya estaba instaurada en el espacio urbano, sobre todo en Lima, algo que se evidenciaba con la instalación de complejos industriales denominados fábricas, en las que el proceso de producción se llevaba a cabo. Este sistema se diseminó por varios rubros productivos, pero uno hubo que se destacó sobre todos los demás: la industria textil, ya que sería de este sector en el que el trabajador de la fábrica experimentaría cambios significativos. Hasta que tal cambio se dé, el Arrabal de San Lázaro, que ya estaba a pocos años de cambiar su denominación al de Rimac, se había vuelto un espacio clave para la gran producción de tejidos desde el siglo anterior al haberse instalado en su territorio fábricas como Santa Catalina (en 1889), y El Inca (1903). Pero, antes de que surjan estas plantas, hubo una que en 1848 fue instalada cerca de la Alameda de los Descalzos para la producción de algodón, la primera instalada Abajo el Puente, la cual cerró en 1852. Décadas más tarde, esta fue adquirida por la empresa W. R. Grace & Company y trasladada en 1890, con apoyo del gobierno de Andrés Avelino Cáceres, al valle de Ate, donde se convertiría en la Fábrica de Tejidos Vitarte, la fábrica textil más grande del país en ese momento. Cabe mencionar que la empresa impulsora de esta gestión era propiedad de William Russel Grace, hermano de Michael P. Grace, quien firmara a finales del siglo XIX el célebre Contrato Grace con el gobierno del "Brujo de los Andes", contrato que dictaba que nuestros ferrocarriles y vías ferroviarias eran prácticamente regalados al capital británico. Cosas que se le ocurren a un país en crisis por una guerra perdida.


Volviendo al Rimac, las fábricas instaladas requerían operarios que les den funcionamiento. Los dueños de las fábricas habían empezado un reclutamiento de personal y para ello recurrieron a la población que habitaba el área en el que operaban sus propiedades. El histórico barrio de Malambo, aquel rincón capitalino que en el Virreinato fungiera de cárcel de esclavos africanos cuya descendencia terminase habitando el sitio ya siendo libres, se convertía en el principal foco de atención por parte de la burguesía recién llegada pues fábricas como El Inca se hallaban en las cercanías al afamado barrio. Esto conllevó a que su población sea la primera en ser reclutada para trabajar en las instalaciones de ambas compañías. De esta manera, la población mestiza, andina y mayoritariamente afroperuana del Malambo de la primera década el siglo XX se convierten en los primeros representantes de la clase obrera bajopontina.

Desde que las fábricas comenzaron a acelerar el proceso productivo y desplazaran a los talleres de artesanos, se desenvolvieron vínculos tanto a nivel de jefes con obreros, así como entre los propios obreros. Los vínculos entre operarios estuvieron marcados por la cohesión, producto de lazos familiares o por pertenecer todos a un mismo espacio y compartir una historia en común. Esta forma de vínculo fue una característica de los obreros del rubro textil, los que reprodujeron esta postura más que los obreros de otros sectores al ser todos de un mismo barrio y tener el centro de trabajo en su área, siendo esta costumbre una constante entre los trabajadores de Vitarte, Malambo y La Victoria, los 3 focos de desarrollo textil en la Lima de hace un siglo.

La otra relación existente fue la que se dio entre obreros y los dueños de las fábricas. En este caso, primó un paternalismo por parte del dueño hacia sus trabajadores que denotaba preocupación por ellos y fomentaba el ingreso del operario y su familia a la fábrica, además de una serie de detalles con los trabajadores que daban una imagen de aparente estabilidad laboral para que el obrero no sea consciente del excesivo horario de trabajo, el pago a destajo y las míseras condiciones en las que había que laborar. Tal paternalismo llegó a incursionar en el ámbito deportivo, lo que llevó a que en las fábricas El Inca y El Progreso (esta última activa desde 1901 y que reclutaba malambinos en sus filas, pese a no estar ubicada en el barrio) se funden equipos de fútbol obreros bajo el auspicio de los dueños de cada planta, lo que condujo a la creación de los clubes Sport Inca (en 1908) y Sport Progreso (en 1912). Ambos equipos sirvieron para el esparcimiento de los obreros de las fábricas mencionadas a modo de premio por su fidelidad a la empresa, aunque posteriormente ambas escuadras forjarían su propio devenir en el deporte peruano.

Afortunadamente, a finales del siglo XIX se pusieron de manifiesto los primeros intentos de organización entre trabajadores los cuales fueron alentados por seguidores del anarquismo, tendencia política que empezaba a ejercer influencia por estos lares, que activaban en el sector industrial impartiendo entre los obreros las ideas de Manuel Gonzales Prada, las cuales dieron paso a la concientización de la mayor parte de trabajadores respecto a su situación, lo que condujo a las primeras acciones en busca de mejoras salariales y condiciones de trabajo dignas.

Antecedentes de la agitación rimense

Algunos hechos a tomar en cuenta fueron la huelga textil de 1896 a cargo de los trabajadores de la Fábrica de Tejidos de Vitarte, la cual reclamaba mejoras salariales. Otro hecho de importancia fue la huelga de tipógrafos de 1896, también por reclamos salariales. Y ya en el siglo XX se recuerda la huelga de trabajadores del puerto del Callao en 1904, en la que los trabajadores pedían mejoras salariales y el reclamo por las 8 horas laborables, jornada que tuvo como consecuencia el asesinato de Florencio Aliaga, primer mártir del movimiento obrero peruano. Al año siguiente, la Federación de Obreros Panaderos “Estrella del Perú” organizaba la primera celebración del Día del trabajador (1 de mayo de 1905) con participación de Gonzales Prada. En 1906, los obreros de la fábrica textil de Vitarte se van nuevamente a la huelga, esta vez apoyados por la Federación de Obreros Panaderos, aunque no sería sino hasta 1911 que los trabajadores actuaron como una clase obrera organizada y llevan a cabo el primer paro general, convocado por los obreros de Lima en solidaridad con los obreros textiles de Vitarte, reprimidos sin misericordia por el primer gobierno de Augusto B. Leguía (1908 - 1912). 

La lucha es el camino


El barrio de Abajo el Puente, al concentrar varias de las más importantes fábricas del país en ese momento, no podía quedar al margen de este despertar ideológico y combativo de la clase obrera, más aún cuando la lucha ya no solo involucraba al rubro textil, sino a todos los trabajadores de la industria en general. La primera acción concreta de lucha obrera proveniente de lo que aún se conocía como San Lázaro se dio en 1912, a través de una huelga impulsada por obreros de la Fábrica Textil Santa Catalina y un año después llegaría el turno de los trabajadores de la Fábrica Textil El Inca Cotton Inc. (nombre que recibió la fábrica textil El Inca tras ser adquirida por la W. R. Grace & Company) en 2 ocasiones durante el año 1913. Los obreros de El Progreso, por su parte, protestaron en 1914 al interior de su fábrica porque se establezca un pago igualitario entre hombres y mujeres. Ese mismo año, realizaron actos de solidaridad con obreros de otras fábricas en huelga. En todos estos casos, los reclamos también fueron por mejoras salariales y una jornada laboral de 8 horas.

Por estos años, la lucha obrera ya no solo era un asunto capitalino, sino nacional. Así lo demostró la huelga de 1912 en las haciendas del valle de Chicama, la huelga de petroleros de Talara de 1913 o el paro general de metalúrgicos, textiles, tipógrafos, panaderos, zapateros y jornaleros realizado en el Callao también en 1913, movimientos que pusieron en jaque a todo el sector patronal por lo que las fuerzas del presidente Guillermo Billinghurst (el mismo que 1 año antes recibió el apoyo de los sectores populares de Abajo el Puente en el célebre "Manifiesto de la Alameda") tuvieron que reprimir principalmente la huelga del Callao y al no conseguirlo, el presidente del “Pan grande” declaró a Lima en estado de sitio hasta que finalmente tuvo que instaurar la jornada de 8 horas para los trabajadores del Callao, un primer gran avance para la clase trabajadora. Billinghurst, al darse cuenta de que el movimiento obrero era más fuerte que lo que su gobierno creía y que sus promesas populistas no acallarían las protestas, decidió actuar en serio y luego de declarar las 8 horas en el Muelle y Dársena del Callao, dirigió sus reformas a uno de los principales espacios de concentración obrera en la capital: El barrio de Abajo el Puente. El gobierno pasaba de ser un régimen que solo se quedaba en palabras mientras reprimía protestas a ser un régimen que auspiciaba funciones cinematográficas (aprovechando que el cine había llegado al país en estos años de huelgas y paros generales), conferencias científicas y teatro popular en barrios marginales, entre ellos Malambo.


Así, el Rimac volvía a ser parte del devenir histórico de Lima y del país al tener la presencia del Presidente de la República en diversas actividades, razón por la cual Guillermo Billinghurst ha sido considerado el primer político en hacer trabajo por los barrios populares, aunque claro, tuvo que estar la clase explotadora en peligro de caer y Lima en estado de sitio para que su mirada se dirija a los sectores excluidos. Y tanto se enfocó en esta tierra bendita que adquirió terrenos en el histórico Malambo para edificar el primer barrio obrero de la zona, proyecto que se vio truncado al ser Billinghurst derrocado en 1914. La salida de Don Guillermo del poder significó un retroceso en estas mejoras que se venían dando en favor de la clase obrera pues con el general Óscar R. Benavides volvieron las represiones, como ocurrió en las huelgas en Vitarte en 1915 y en Huacho, Sayán, Supe y Pativilca de 1916 que acabaron con la matanza de trabajadores. Estos nuevos episodios de represión indiscriminada condujeron a la formación de la Unión de Tejedores 9 de enero en 1916 con presencia de trabajadores de Vitarte, El Inca, Santa Catalina y El Progreso. La organización debía ser retomada y el Barrio de Abajo el Puente tenía las puertas abiertas para ello.

La Fábrica de Tejidos El Inca, ubicada en Malambo, era una de las más importantes para los obreros que buscaban organizarse pues aquí venían trabajadores de distintas fábricas a coordinar con los operarios malambinos diversas acciones huelguistas. Por tal motivo, fue esta parte de Lima el lugar escogido en diciembre del 1918 para retomar la lucha por las 8 horas, esta vez con carácter nacional. Ocurrió entonces que en uno de los callejones de esta zona de Abajo El Puente se formó el Comité Vitarte – Inca con sus respectivas comisiones y directivas para todas las organizaciones obreras que se sumaran a la jornada, la cual tuvo como preludio una huelga textil iniciada por la fábrica El Inca en ese mismo mes de diciembre. 


Esta huelga pudo ser mantenida hasta el mes siguiente y para el 12 de enero de 1919 ya era un paro nacional que involucró distintos sectores de la industria nacional (entre los cuales podemos mencionar a los comités de lucha de las fábricas textiles de La Victoria, La Unión, San Jacinto o los obreros panaderos encargados de las ollas comunes para la población en pie de lucha, por citar algunos ejemplos). Fue así como luego de semanas de manifestaciones y concentraciones obreras resistiendo represiones por parte de las fuerzas del orden del presidente Pardo y Barreda, fue finalmente decretada la conquista de las 8 horas de trabajo para todos los obreros el 15 de enero de 1919, derecho reconocido por el mandatario en cuestión y ratificado por el Ministerio de Fomento. Aquí es donde queda definitivamente reconocida la importancia del Rimac en este hecho clave en nuestra historia contemporánea, por haber sido el lugar en donde se forjó el movimiento reivindicativo más importante para la clase obrera peruana.


Y como no hay movimiento ideológico sin una base teórica, no podemos dejar de lado las publicaciones en defensa de la clase obrera, las cuales eran de corte anarquista, la corriente de pensamiento que guiaba las jornadas combativas. De ahí que partiera la iniciativa de crear diarios como
Los Parias (en el que escribía el propio Gonzales Prada) o La Protesta, fundado por el célebre líder sindicalista Delfín Lévano. El territorio rimense sería nuevamente protagonista, ahora en la difusión de textos para la organización y lucha sindical, puesto que los anarquistas impulsaron la creación de la Biblioteca Obrera en 1920, ubicada en el actual jirón Trujillo, y la Imprenta Proletaria en 1921, ubicada en Malambo. Aquí se editaban periódicos obreros como El Tawantinsuyo, El Proletario, Idea Libre, La Protesta o El Boletín de Huacho. Malambo se había convertido en centro organizativo y cultural del movimiento obrero anarco-sindicalista y se perfilaba a trascender por completo en este ámbito, hasta que el régimen de Augusto B. Leguía (ya en el Oncenio) clausuró ambos centros de difusión en el año 1922, clausura que no cedió pese a las movilizaciones de protesta.



Palabras finales

Los años siguieron pasando, el barrio de Abajo el Puente pasaría a tener oficialmente el nombre de Rimac, Malambo se convertiría en la Av. Francisco Pizarro y las represiones continuarían a lo largo del Oncenio de Leguía y los regímenes que le sucedieron, aunque las tensiones se fueron disipando a raíz de que durante el periodo de Óscar R. Benavides se ordenara la construcción de barrios obreros en la capital y se establezca el Seguro Social Obligatorio para los obreros. Posteriormente, ya en la década de 1940, la W. R. Grace & Company concentraría a la mayor parte de la clase obrera de la ciudad al posesionarse de las textilerías de Vitarte, El Inca y La Victoria, las cuales al ser fusionadas dieron paso a la empresa textil Compañías Unidas Vitarte Victoria Inca S. A. (CUVISA) que tendría como centro de operaciones lo que en otros tiempos fuera la Fábrica de Tejidos El Inca (o Fábrica Textil El Inca Cotton Inc.) tomando sus instalaciones, la mismas que hoy son un terreno baldío y amurallado ubicado entre la cuadra 9 de la mencionada Av. Pizarro y el colegio Ricardo Bentín. 

Pero más allá de todos estos cambios, queda demostrado que la participación del barrio de Abajo el Puente en la lucha obrera ha sido más que importante en los albores del siglo XX, con lo cual se termina de comprobar la trascendencia de este sector de la capital para esta etapa de conquistas laborales, las cuales evocan tiempos  en que el pueblo bajopontino, pese a la marginación de toda la vida, supo también de luchas y victorias.




Bibliografía




2 comentarios:

  1. Excelente artículo. Gracias por rescatar esta historia poco conocida en el Rímac.

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  2. Uno disfruta de leerte, estimado. Buena reseña histórica.

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